Muchas veces me encuentro en el consultorio con la frase “quiero soltar aquello que me hace daño” o por su negativa “No puedo soltar eso que me hace sufrir”.
Según la real academia española soltar refiere al verbo transitivo, quien denomina “dar salida a lo que estaba detenido o confinado. Desasir lo que estaba sujeto”.
Podríamos decir que se trata de desprenderse de algo, dejar algo atrás. Lo que nos invita a preguntarnos ¿es posible dejar atrás aquello que se presenta todo el tiempo? o mejor aún ¿cómo dar salida a aquello que se aferra más fuerte cuanto más intentamos desprendernos de él?
Antes de caer en la tentación y de la respuesta rápida. ¿No es conveniente ponernos a pensar cuales son las situaciones o personas a las que nos amarramos? ¿cómo dejar ir sin primero reflexionar qué escenas estamos condenados a repetir?
Aquí nos metemos de lleno en la problemática de la repetición de aquello que duele, “a todos nos duele alguien” recita una famosa viñeta de Tute. Se trata de un padecimiento que se presenta en el cuerpo, un vínculo amoroso, (amante, familia o amigos),consumo excesivo, o un modo de andar por la vida.
¿Es posible dejar de repetir aquello que nos causa padecimiento? La respuesta rápida sería ‘sí’, pero no porque se trate de un acto de voluntad, como si bastara con decidirlo para que ocurra. Hay que desconfiar que aquellos gurús que nos venden “se tu propio jefe” “querer es poder” “si lo manifiestas se cumplira”, porque sería ignorar que no todo lo que nos atraviesa responde a la lógica del control consciente.
¿Cuántos de ustedes hacen lo que quieren? Y si hacen lo que quieren, ¿es realmente lo que quieren? ¿Qué tanto querer es “MI” querer? ¿Qué tanto “querer es poder”? ¿Qué mueve al sujeto a hacer, una y otra vez, aquello que le resulta doloroso? Es importante tener claro que nadie, absolutamente nadie, quiere repetir lo sufriente. Es distinto querer hacer algo que no poder dejar de hacerlo, porque se presenta como compulsivo, se impone una y otra vez.
Repetimos no porque deseemos el dolor, sino porque allí, en ese circuito que se impone una y otra vez, hay algo que excede al deseo consciente. Un resto que se sostiene más allá del sentido, una satisfacción que habita incluso en lo insoportable.
Entonces, soltar no es cuestión de fuerza, de valentía ni de claridad mental. Es, tal vez, el efecto de un movimiento que sucede cuando algo de eso que nos sujeta se desarticula, cuando aquella posición del sujeto se hace insoportable y eso abre la posibilidad a conmover la repetición.
Quizás soltar no es necesariamente perder, pero sí es importante perderse del otro para dejar de estar fijado a una forma de gozar que, aunque duela, se vuelve familiar. Y eso no ocurre porque se quiera, sino porque, en algún punto, eso mismo ya no encuentra dónde anclarse.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.