Columna quincenal.
Encuentro 1
“El juego: un refugio para las infancias en tiempos de prisa”
Vivimos en una época donde todo parece acelerarse. Los días están marcados por el reloj, los adultos corren de un compromiso al otro y las infancias, inevitablemente, quedan atrapadas en este ritmo. En medio de esta vorágine, existe una falsa creencia donde nada puede perderse.
Hoy en día, las redes sociales y las herramientas digitales funcionan como medios destacados para el acceso a la información y a la comunicación que en ocasiones se presenta sin límites: ¿Todo está en internet? ¿Google puede responder a todas las preguntas?. Sin embargo, en la era digital observamos un aumento en las consultas clínicas vinculadas a dificultades para sostener la atención, la concentración y crecen los estados de aburrimiento permanente.
Hoy les propongo pensar el lugar del juego en la vida. En primer lugar es importante transmitirles que, el juego no es solo una técnica, sino que es instituyente de las infancias, y, por otro lado, comprender que a lo largo de la vida al juego no se renuncia, ya lo decía Freud, no podemos renunciar a nada, en el mejor de los casos sustituimos una modalidad de satisfacción por otra, por lo cual podemos seguir jugando de otro modo, aún en la vida adulta. Desde el psicoanálisis, el juego tiene un lugar central en la formación de la subjetividad.
Donald Winnicott, un referente en este campo, señalaba que el juego es el espacio donde el niño se encuentra con su creatividad, con su capacidad de crear un mundo propio. Pero, ¿qué pasa cuando el juego desaparece? Cuando se reemplaza por pantallas, horarios estructurados o actividades que los niños cumplen más por obligación que por placer.
El juego no es un lujo, ni un simple entretenimiento. Es una necesidad. Es el primer «lenguaje» que los niños aprenden a usar para expresar lo que, aún no pueden poner en palabras.
Entonces, qué podemos hacer como adultos? Recuperar el juego no significa renegar de la modernidad, sino encontrar un modo otro, donde el deber (ha) ser permítanme el juego de fonemas – deje de comandar la vida. Jugar con un niño, implica prestar(se) a construir junto con él una escena distinta. Es ofrecerles la posibilidad de habitar un mundo donde lo importante no es el resultado, sino el proceso.
El psicoanálisis nos enseña que los niños no solo necesitan juguetes o tiempo libre, sino adultos disponibles. Porque el juego no solo construye la subjetividad sino fortalece los vínculos. ¿Cuántas de nuestras mejores memorias de infancia están asociadas a momentos de juego? Es allí donde se tejen los recuerdos, y, con ellos,
el sentido de la vida.
En este mundo que parece olvidarse de la importancia de detenerse, jugar es un acto de resistencia. Es proteger ese espacio donde cada niño puede ser, soñar y crear, ya que armamos junto con ellos el “de jugando” Y al hacerlo, nos recuerda algo esencial: que la vida no se mide en productividad, sino en momentos que nos hacen conectar con lo vivo.
Hasta aquí por ahora.
Nos encontramos la próxima para seguir pensando
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