















RELATO DE FICCIÓN
Mi hijo nunca será una estrella
Un ama de casa de barrio recibe un video por correo. Es una película porno. En la tapa, su hijo veinteañero. Así empieza un relato divertidísimo de Nick Hornby, exclusivo para Orsai.
Me enteré de que mi hijo era la estrella de una película porno cuando Karen Glenister, la vecina que vive a dos casas de la mía, me dejó un paquete en el buzón. Dentro del paquete había un video y una notita que decía:
Querida Lynn, no es que tenga el hábito de dejar películas obscenas en los buzones de la gente… ¡pero pensé que tú y Dave podrían estar interesados en ésta! ¡Me gustaría agregar que no es mía! Carl estaba en la casa de un compañero el viernes a la noche, habían estado bebiendo y su compañero puso esta cinta para ver, ¡ya sabes cómo son! Y Carl reconoció a Alguien Que Quizás Tú Conozcas. No podía parar de reírse. ¡Yo no tenía idea de esto! ¿Lo heredó de su papá? Si es así, ¡no me habías contado nada!
Cariños, Karen.
Tenía que ser ella, ¿cierto? Tenía que ser la bendita Karen Glenister. Karen es enfermera en el hospital, y por eso sabe todo de todos. Y lo que se entera se lo cuenta al que se cruce, no importa si está interesado en escucharlo o no. Ella supo, diez minutos antes que yo, que Dave se había hecho la vasectomía, y la mitad de la ciudad lo supo cinco minutos más tarde. Todo tiene que pasar por ella. Karen es la estación de transbordo del chisme, la estación Clapham Junction del chisme. Por eso tuvo que ser su hijo el que vio la película de Mark. No, no podría haber sido de otra manera. Esa es la ley en esta ciudad.
Mis rodillas empezaron a temblar. No logré levantarme y apenas pude respirar. Como todavía no había visto la película podía darme el lujo de imaginar que mi hijo en realidad no había hecho gran cosa, aparte de estar de pie detrás de mujeres en topless y cubrir sus pezones con las manos. Creo que incluso hubo un breve momento en el que me dije que Mark estaba simplemente comportándose como un caballero (ahí estaba esa pobre chica, sorprendida de repente sin blusa, agradecida de que Mark estuviera allí para tapar su vergüenza). Ya saben cómo es cuando tienes niños. Solo crees lo peor de ellos cuando no hay otra opción.
No podía entenderlo. ¡Mark!, pensé. ¡Mi Mark! ¡Mark, el mismo que se sentaba a la mesa de la cocina luchando con su tarea de inglés, y le resultaba tan difícil que mordisqueaba su bolígrafo, noche tras noche! Al principio no me di cuenta de por qué ese recuerdo en particular era tan difícil de reconciliar con el video. Debe haber millones de personas que se quitan la ropa para ganarse la vida y todas, probablemente, tuvieron problemas con su tarea de inglés. ¿O es simplemente que soy prejuiciosa? ¿Podrías ser el mejor en tu clase de inglés y luego protagonizar una película llamada Meet the Fuckers? Es difícil imaginarlo, ¿verdad?
Así que tenía que acostumbrarme a esta vida completamente nueva —una vida en la que Mark tenía algo que lo hacía sobresalir entre todos los demás—. Y sin embargo no tenía idea de qué era ese algo. Esa fue la siguiente gran sorpresa.
Probablemente estén pensando: «Un momento. ¿Ella realmente no tenía ni idea? ¿Es ciega o estúpida?». Y mientras la película seguía pasando, y yo miraba a estas chicas poniendo los ojos en blanco con incredulidad (no era todo lo que hacían, pero había un montón de ojos en blanco, y yo lo agradecí), traté de recordar si se me había pasado alguna pista en los últimos años.
Apagué el video y me quedé sentada allí por un instante. Dave estaba por llegar en cualquier momento, y Mark también, después de tomar algo con su equipo de fútbol sala, y yo no sabía qué le iba a decir a ninguno de los dos. Tal vez no tenía que decir nada. Tal vez podía simplemente marchar hasta la casa de la bendita Karen Glenister, devolverle la película y decirle que si alguna vez decía una sola palabra a nadie sobre la cosa de Mark, la iba a golpear en la cabeza con el video hasta dejársela hecha puré. Pero en el fondo de mi corazón sabía que era demasiado tarde.
Dave entró y me encontró sentada en el sofá, la mirada fija en la pantalla en blanco del televisor.
—¿Estás bien? —dijo.
—Acabo de tener un pequeño shock —dije.
—¿Qué pasó? —Se sentó conmigo, me tomó la mano y me miró. Estaba asustado, y por un breve momento pude darme cuenta de que descubrir que tu hijo tiene un pene enorme no es lo mismo que descubrir que tienes cáncer, así que traté de sonreír.
—Oh, nada. En serio. Es solo que…—Me agaché y recogí la caja del video y se la di. Se rió.
—¿Qué? —dije.
—¿Quién te dio eso?
—Karen Glenister.
—Puedo ver por qué te la dio. Es gracioso.
—¿Qué es lo gracioso?
—Se ve igual a él, ¿no? ¿Se lo has mostrado?
—Todavía no. Está jugando al fútbol. Dave… —respiré hondo—. Ese es Mark.
Me miró, después miró el video, y después me volvió a mirar.
—¿Qué quieres decir?
Levanté mis manos, como diciendo, no conozco una manera más fácil de explicarlo.
—¿Mark?
—Sí.
—¿En esta película?
—Sí.
—¿Haciendo qué?
Levanté mis manos otra vez, aunque en esta ocasión quería decir «bueno, ¿qué es lo que hace la gente normalmente en las películas porno?».
—¿Por qué?
—Tendrías que preguntarle a él.
—Pero, quiero decir… ¿Por qué elegirían a Mark? Él no es… Él no puede…
—Dave —dije. —Nuestro hijo tiene la… cosa más grande que he visto en mi vida.
—Lo ha estado escondiendo —dijo Dave, y esa fue la primera vez que realmente me puse a reír. —Lo ha hecho, sin embargo, ¿no es verdad? durante años y años. Joder.
—¿Qué querías que hiciera?
—No sé. Podría haber hablado con nosotros.
—¿En serio? No podría haber hablado conmigo.
—¿Por qué no?
—Soy su madre. No me va a venir a contar cosas como esa. Ni lo hubiera dejado, para ser honesta.
—¿Así que era mi deber?
—No era el deber de nadie. ¿Qué podrías haber hecho? ¿Preguntarle, cada tantos meses, cómo va la cosa? Fue una decisión de él, Dave, y él no quiso hablar de eso. Prefirió esquivar el bulto.
Es imposible, todo lo que dices suena obsceno, aunque no lo quieras, y terminas haciendo bromas sobre las partes íntimas de tu propio hijo. Parecía poco saludable pero difícil de evitar, como respirar aire contaminado cuando vives junto a una autopista.
—¿Vas a mirar la película? —le pregunté a Dave.
—No. Ni loco. Yo no puedo ver eso.
La forma en que lo dijo, con el énfasis en el «yo», me irritó, como si él fuera, de alguna manera, superior a mí.
—Sí, bueno, no es que yo quise verla.
—Pero sin embargo la viste, ¿no? Incluso después de ver su foto en la portada. Sabías lo que verías.
—Realmente no lo sabía.
—Lo siento —dijo él al cabo de un rato—. Es solo que… parecía un día de lo más normal. No pensé que iba a llegar a casa y descubrir que toda mi vida había cambiado.
No dije nada. Pero le podría haber señalado que la mayoría de los días que nos cambian la vida suceden inesperadamente. He pasado la mitad de mi vida esperando lo peor, y nunca sucede. Pero el día en que suceda me dejará tirada en el suelo.
Mark llegó a eso de las once. Por lo general a esa altura de la noche ya estamos arriba preparándonos para ir a dormir, pero esta vez le esperamos despiertos por razones obvias, y se sorprendió de vernos allí, sentados en el sofá mirando la televisión.
—¿Algo bueno en la tele?
Dave ni siquiera se dio vuelta para mirarlo.
—No. En realidad, no —dije. —Recién
empezó esta película, y ahora queremos ver cómo termina.
—Voy a hacerme un sándwich.
—Está bien, hijo.
En las noches de fútbol, siempre llega del bar y se hace un sándwich, por lo que Dave le había dejado el video sobre la mesa de la cocina. De esa manera él sabría que nos habíamos enterado sin tener que decir nada. A partir de ese punto, realmente no teníamos un plan. Supongo que pensamos que habría una discusión acalorada, y luego, eventualmente, una charla, pero lo siguiente que escuchamos fue el portazo de la puerta de entrada.
—Mierda —dijo Dave—. ¿Y ahora qué?
—¿Dónde crees que habrá ido?
—No sé. ¿Debería saberlo?
—¿Te parece que habrá huido de casa?
—La gente no huye de casa así. La gente no dice: «Voy a hacerme un sándwich», y luego, zas, se va.
No dije nada, pero en mi opinión eso es exactamente lo que la gente hace. Si miras las noticias locales cualquier noche de la semana verás a una madre contando cómo su hijo se fue sin decir adiós. Y luego muestran un número de teléfono pidiendo información.
—Puede haber ido a lo de Becca —dijo Dave.
—¿Quieres que la llame?
—No. Dale un poco de tiempo. Si no tenemos noticias de él mañana, llamamos.
Becca era la novia de Mark. Tenía su propio apartamento a pocas calles de distancia, pero Mark no solía quedarse allí durante la semana, porque Becca tenía una compañera de piso que tenía un novio que vivía en el norte. Por lo general pasa los fines de semana ahí, que es cuando tienen el lugar para ellos solos.
Yo no había pensado en Becca hasta ahora, pero una vez que Dave la mencionó, ya no pude evitarlo. ¿Qué…? ¿Cómo…? Tuve que frenarme a mí misma, pero Dave y yo nos quedamos mudos al mismo tiempo, así que estoy segura: él pensaba lo mismo que yo.
Justo entonces oímos la llave en la cerradura; Mark entró y se sentó en el sillón. Por un momento los tres miramos la televisión.
—Me parecía que había pasado algo malo cuando dijeron que querían ver cómo terminaba la película —dijo Mark, y fue solo entonces que me di cuenta de que estábamos viendo al Manchester United derrotando a un equipo francés.
—¿Cómo lo encontraste?
—Karen Glenister lo tiró en el buzón.
—¿Karen Glenister? ¿Qué estaba haciendo ella con el video?
—Carl lo vio en la casa de un compañero, y lo pidió prestado cuando te reconoció.
—¿Lo has visto?
—Yo sí. Tu padre no.
—Y no lo haré —dijo Dave, como si Mark estuviera tratando de persuadirlo.
—¿Cómo lo procesan las otras personas? —le pregunté.
—¿Qué otras personas? —dijo Mark.
—Las otras madres. Sus familias. Quiero decir, todos los otros tienen madres, ¿no es así? Me refiero a las estrellas porno.
—No soy una estrella porno —dijo Mark.
—¿Qué eres entonces? —dijo Dave.
—No soy ninguna estrella, ¿ok? Las estrellas son gente como Jenna Jameson y Ron Jeremy.
—¿Quiénes?
—Son estrellas porno. Ustedes no las conocen.
—Exacto. Así que tú podrías ser una estrella porno tranquilamente. Podrías ser la más famosa estrella porno de Gran Bretaña y yo no tendría la menor idea.
—Vamos, ¿tú crees que Ron Jeremy vive en la casa de su mamá y su papá?
—¡Podría! ¡No sé quién es Ron Jeremy! «Ron Jeremy». Con ese nombre, suena exactamente como el tipo de persona que vive con su mamá y su papá.
Me estaba irritando. No me interesaba hablar sobre dónde vivía Ron Jeremy. Quería hablar con mi hijo acerca de lo que estaba haciendo de su vida.
—¿Cómo empezó todo esto? —dijo Dave—. ¿Cuánto hace que estás haciéndolo? ¿Cuántas películas hay?
Por alguna razón, no se me había ocurrido que podía haber otras.
—Todo comenzó… Bueno, un poco a través de Becca.
—¿Becca? ¿Ella también es estrella porno?
Mark suspiró.
—Mamá… Becca trabaja en una guardería. Tú lo sabes.
—A esta altura siento que no sé nada. No sé qué es lo que hace.
—¿Así que cuando fuimos a ver la obra de Navidad el año pasado, pensaste que era todo un simulacro, o qué? Becca no sabe nada sobre… ya sabes, mi otro trabajo.
—Pero me acabas de decir…
—¿Me dejas hablar? Ya sabes que Becca tiene una compañera de piso. Y esta compañera de piso tiene un novio que vive en Manchester. Bueno, eso es lo que hace el novio. Películas porno.
—Ah, bueno —dijo Dave—. Eso lo explica todo. En realidad era inevitable, ¿cierto? Digo, si el novio de la compañera de piso de tu novia hace películas porno en Manchester, es como que estabas obligado a ayudarlo. Quiero decir, una vez que recibiste una llamada de él… Debe ser como recibir una llamada de la Reina. No se puede decir que no. Y ¿cómo es que Becca no sabe nada?
—Porque… ¿De verdad quieren entrar en esta discusión?
—Sí. Los dos queremos saber —dijo Dave.
—Eso significa hablar de cosas bastante embarazosas.
—No quiero hablar de lo que haces. Solo cómo terminaste involucrándote. Cómo sucedió.
—Igualmente significa decir cosas de las cuales quizá no quieran hablar.
—Sabemos todo —dijo Dave—. Recuerda que tu madre vio la película.
—Si, bueno… Ver no es lo mismo que hablar. Podríamos dejarlo ahí, y nunca mencionarlo de nuevo.
—¿Cómo podríamos no volver a mencionarlo? —dije—. ¿Cómo podríamos sentarnos aquí noche tras noche tomando el té, con todo eso sucediendo?
—No pasa nada la mayor parte del tiempo —dijo Mark—. La mayor parte del tiempo no estoy haciendo películas porno.
—¿Cómo fue? —dijo Dave.
—Tú has visto la película, mamá —dijo Mark—. Así que ya sabes… —Se detuvo—. Ah, mierda. No puedo hablar de esto con ustedes dos. He pasado los últimos… qué se yo, diez años, sin hablarles de esto.
—La he visto —dije—. He visto la película, y he visto… He visto la razón por la que quieren que estés en la película.
—Ok —dijo Mark—. Exacto. Bien.
Se detuvo de nuevo. En nuestra familia nunca hemos tenido problemas para hablar. En general estamos todos hablando al mismo tiempo, así que estas pausas y silencios eran algo nuevo para nosotros. Obviamente habíamos estado hablando de las cosas equivocadas todos estos años. Es fácil hablar de cosas irrelevantes.
—Becca —dijo Dave, como si Mark hubiera perdido el hilo.
—Becca —dijo Mark—. Cuando empezamos a salir, ella tuvo una charla con Rache. Su compañera de piso.
—¿Qué tipo de charla?
—Nada. Una charla entre chicas, ese tipo de cosas. Acerca de mí. Y mi problema. Que se había convertido de alguna manera en su problema también, si entienden a lo que me refiero.
—Oh.
—Y Rache se lo contó. A su novio. Y él me llamó. Y la cosa siguió a partir de ahí. Y Becca nunca supo nada al respecto.
—¿Nunca le contaste?
—Por supuesto que no. Ya conoces a Becca, mamá. Ella no lo entendería.
—¿Y qué pasa si se entera?
—Supongo que tendré que buscarme novia nueva.
Le gustaba Becca, pero yo sabía que no iba a terminar con ella, y él también lo sabía. Ya estaban en ese punto en el que se sentían los dos tan cómodos que Mark estaba incómodo, y definitivamente había un poquito de ruleta rusa en aquello. Si le quitaran la responsabilidad de separarse de sus manos, él estaría agradecido.
—Espera, espera. Rebobina —dijo Dave—. La cosa siguió a partir de ahí.
—Sí.
—¿Pero por qué seguiste a partir de ahí?
—¿Por qué?
Mark repitió la pregunta, como si fuera raro que Dave preguntara.
—Sí. ¿Por qué?
Mark se encogió de hombros.
—Dinero extra, obviamente… Y me interesaba. Además, no sé. Probablemente esto suene loco, pero, quiero decir… Es que no tengo otro talento, ¿no es cierto? Veo a toda esa gente, como Beckham y los demás. Y tienen derecho a ganar dinero con su talento natural. Hasta que conocí a Robbie, el novio de Rache, mi talento nunca me había servido para nada. Y pensé: ¿Cuál es la diferencia? ¿Cuál es la diferencia entre, no sé, tener una… tener lo que yo tengo, y saber tocar el piano?
—¿Cuál es la diferencia? —dijo Dave—. ¿No puedes ver cuál es la diferencia?
—No —dijo Mark—. Dime.
—Tener una cosa grande no es un talento, ¿entiendes? Aprender a tocar el piano es un trabajo duro. Quiero decir, lo que tienes no es… ya sabes. No hay nada de duro en lo que tienes. No le das placer a nadie con eso.
Mark y yo clavamos los ojos en la alfombra. Traté de no reírme. Cada frase sonaba como una broma de Benny Hill. Al final, Dave se dio cuenta y fue peor. Podría haber sido uno de esos momentos de la tele, cuando todos empiezan a reírse juntos, y el problema ya no parece tan grande como lo era. Pero Dave perdió los estribos.
—¡Carajo, que no es gracioso!
—Si nadie se está riendo —dije.
—Porque estabas tratando de reprimirlo.
—No sé qué más podemos hacer que no sea reírnos de algo que tú crees que no es gracioso.
—Pero igual le viste la broma al asunto. Yo no puedo ver la broma. Mi hijo es una estrella porno. ¿Dónde está la broma en eso?
—Yo no soy ninguna estrella…
—¡Da igual! Eres un anormal, Mark. Ser un anormal no es lo mismo que tener un talento.
Dave estaba enojado, pero igualmente no hay excusa, ¿verdad? No puedes llamar a tu propio hijo anormal y esperar que lo tome con calma.
—Sabes que esta cosa es, tú sabes…, ¿no? —dijo Mark—. ¿Hereditario?
Sabía lo que estaba haciendo. Debe haber adivinado hace años que él y Dave no compartían el mismo problema, de lo contrario habría surgido antes. (Oh, por el amor de Dios…) La gente dice que cuando dos hombres discuten, lo que están discutiendo, en el fondo, es sobre quién la tiene más grande. Y aquí estaban mis dos hombres, mi marido y mi hijo, discutiendo exactamente eso —excepto que no había nada que discutir—. Probablemente soy la única persona en el mundo que los ha visto a los dos desnudos, y no había necesidad de usar una cinta métrica. Mark le ganaba por varios cuerpos. (¿Es obsceno decir «por varios cuerpos»? Suena raro, ¿verdad? Pero no sabría explicar por qué.)
—¿Ah, sí? Pues muy bien, no lo heredaste de mí. La mía es normal. ¿No es cierto, Lynn?
—¿Normal? ¿Así es como le dicen?
—¿Recuerdas el asunto con Steve? —me preguntó Dave.
—No.
—Steve. Steve Laird. Sí que recuerdas.
—Oh. Sí.
No me estaba haciendo la tonta, porque no creo haber oído ese nombre desde que nos casamos. Pero aun así, no es como si hubiera surgido de la nada en el medio de nuestra cama esa noche. No puedo explicarlo, pero cuando Dave trajo a colación a Steve, tenía algo de sentido. Había sexo en el aire esa noche, y no era sexo seguro; no era el sexo cómodo, placentero que Dave y yo practicamos, ese tipo de sexo en el que ni siquiera tienes que pensar. El sexo que habíamos estado respirando era un sexo oscuro, inquietante, y era como si Dave lo hubiera convertido en lo único que teníamos a mano.
—¿Ese fue el tema? —preguntó.
—¿Qué?
—Eso.
—¿A qué «eso» te refieres?
—Ya sabes.
—No.
—Eso. Normal. Anormal.
—¿Me estás preguntando si tu pene es demasiado pequeño? ¿O si Steve tenía uno más grande que tú?
—Oh, cállate.
—Ok. Lo haré.
Lo escuché respirando en la oscuridad y supe que no habíamos terminado. En realidad no fue un amorío. Yo no estaba casada, para empezar, aunque Dave y yo vivíamos juntos, y estábamos comprometidos de hecho, aunque no de palabra. Solo me acosté con Steve dos o tres veces, y el sexo no era gran cosa. Ciertamente ese no era el punto, aunque cuál era el punto no lo recuerdo exactamente ahora. ¿Tendría algo que ver con la sensación de que estaba atascada en la rutina? Y sé que Dave estaba dudando de todo, y había un flirteo con una chica en el trabajo que me dijo que nunca llegó a ninguna parte, aunque nunca estuve muy segura…
—Sí —dijo, unos cinco minutos más tarde.
—Sí, ¿qué?
—Sí, eso es lo que te estoy preguntando.
—Por supuesto que no se trataba de eso. Tú sabes que no.
—Claro.
—Y no puedo responder la otra pregunta. No porque la respuesta te enojaría, sino porque no me acuerdo. Tú sabes que no importa, ¿verdad?
—Sí. Bueno, sé que eso es lo que se supone que debes decir, de todos modos.
—Es la verdad. Es como si…, no sé. No habría importado si él fuera más alto que tú ¿o no?
—Habría importado si yo hubiera medido un metro cincuenta y él un metro ochenta.
—Sí. Pero… un metro cincuenta es muy pequeño. Tú no eres así de pequeño, ¿verdad?
—Oh ¿y cuán pequeño sería?
—Tú no eres pequeño. Por el amor de Cristo, Dave. Eres más pequeño que tu hijo. Pero he visto a tu hijo, y créeme, no querrías ser como él. Ni tampoco yo querría que fueras como él. Ah, y Steve tampoco era como él.
—Acabas de decir que no podías recordar.
—¿Crees que no me acordaría de algo así? ¡Caramba! Si fuera como la de Mark tendría que haber ido a uno de esos terapeutas que la gente ve después de una catástrofe.
—Lo siento —dijo Dave. Amo a Dave por muchas razones y una de ellas es que siempre sabe cuando está comportándose como un idiota—. Ha sido una noche extraña sin embargo, ¿cierto?
Me reí.
—Yo diría que sí.
—¿Qué vamos a hacer?
—No estoy segura de que haya algo que podamos hacer. Es su vida. Hay peores cosas de las que preocuparse.
—¿Las hay?
—Sí. Claro. Drogas. Violencia. Todas esas cosas.
—Sin embargo el porno es como las drogas, ¿o no? Quiero decir, los dos son una amenaza para la sociedad —dijo Dave.
—Digámoslo de esta manera. Todas esas noches que nos quedamos aquí esperando para escuchar cuando volvía a casa a altas horas de la noche… Te preocupaba que lo hubieran apuñalado, o si estaba tomando crack, o si estaba conduciendo borracho. Pero ¿alguna vez te has quedado despierto preocupado porque podría estar haciendo una película porno?
—No. Pero es porque nunca pensé en
eso antes.
—Sí, y ¿por qué no pensaste en eso?
—No lo sé. Nunca pensé que fuera algo que pudiera hacer.
—Esa no es la razón. Nunca lo pensaste porque no es algo que pudiera matarlo. Si pudiera matarlo yo lo habría pensado, porque he pensado en todas las cosas que pueden matar a un hijo.
—¿Y el sida?
Me levanté, me puse mi bata y golpeé con el puño la puerta de Mark.
—¿Qué pasa?
— ¿Y el sida? —le pregunté.
—Vete a la cama.
—No, hijo. No hasta que hayas hablado conmigo.
—No voy a entrar en detalles. Pero no soy estúpido.
—Más vale que me des más detalles que esos. Con eso no alcanza.
—Muchísimas gracias. No hay absolutamente nada de que preocuparse.
—Solo quiero decir una cosa más —dijo Dave cuando volví a la cama.
—Dime.
—Una cosa más acerca de Mark, ya sabes… su talento.
—No hace falta, pero si necesitas decirlo…
—Si es hereditario… Tiene que haber sido tu padre.
¿Mi papá? ¡Dios mío! Espero que esto nunca les pase a ustedes, pero cuando llegas al punto en que las cosas de tu padre y de tu hijo cuelgan frente a tu cara, todo en el mismo día… Bueno, pónganse en mi lugar… no es la clase de día que deseas que nunca termine.
Me dormí de lo más bien, sin embargo, porque por alguna razón que no puedo y no quiero realmente explicar, Dave y yo terminamos teniendo sexo esa noche, y no fue el tipo de sexo que solemos tener. Fue más idea de él que mía pero, ya saben… yo lo seguí.
Mi mamá vive con mi hermana Helen en Walthamstow, a un par de kilómetros de distancia. Es una de esas cosas que pasan: Helen se divorció poco después de que papá murió, y nunca tuvo hijos, y pareció una solución feliz para todos (en especial, si soy sincera, para mí y para Dave). Helen se queja un poco conmigo, trata de hacerme sentir culpable y todo eso, pero en realidad el arreglo le sirve. No es que mamá esté para el geriátrico. Tiene solo sesenta y ocho años, y está muy en forma, y sale mucho —de hecho, más que Helen—. Helen dice que estar con mamá le impide conocer a alguien, pero la única manera de que eso fuera cierto sería si mamá realmente saliera con los hombres que le interesan a Helen.
Fui a verlas el sábado por la mañana. De camino a la parada del autobús, me encontré con Karen Glenister, que terminaba de poner su reciclaje en la basura justo en el mismo momento en que pasé por delante de su puerta.
—Entonces… —dijo.
—Hola, Karen —sonreí ampliamente.
—¿Lo miraste?
—Oh, ya lo había visto antes —dije—. ¿A Carl le gustó?
Me miró.
—No lo miraba a Mark, ya sabes.
—Oh, por supuesto que no. Estoy segura de que pronto conseguirá novia.
—¿Y? ¿Lo heredó de su papá?
—¿Nunca te preguntaste por qué siempre estoy tan contenta? —dije. Y luego seguí caminando.
No había decidido si iba a tratar de hablar con mamá. Nunca habíamos tenido ese tipo de conversación, y una vez que se llega a cierta edad, te tienta pensar que ya no hace falta, ¿no? Pero me pareció importante. Cuando papá murió pasé por todo eso de lamentar no haber pasado suficiente tiempo hablando con él. Yo lo quería, pero pasé mucho tiempo resentida con él, evitándolo, enojada. Y ahora estaba tratando de decidir si este tema era algo que yo debía saber. ¿Era una parte de él? Y si fuese así, ¿era una parte buena o una parte mala?
Mamá no estaba, pero Helen sí.
—¿Cuándo vuelve?
—Solo bajó a comprar cigarrillos —dijo Helen—. Le he prohibido que fume aquí, te dije, ¿no? Ahora tiene que salir a la calle para fumar.
—La vas a matar —dije. Era solo una broma, pero realmente no se puede bromear con Helen.
—Sí, claro. Yo la voy a matar, no el cigarrillo.
—Sí. Irónico, ¿no?
Helen me preparó una taza de café y nos sentamos a la mesa de la cocina.
—Bueno, ¿qué hay de nuevo? Me vendría bien algún chisme.
Me reí. No lo pude evitar.
—¿Qué?
—No sé. Chismes.
—¿Qué hay con ellos?
—Es que en realidad nunca nadie tiene un chisme para contar, ¿no? La gente siempre dice «¿tienes algún chisme?», pero si tienen que preguntar, eso quiere decir que no hay ninguno. Porque si los hay, salen de inmediato.
No estaba segura adónde iba con esta conversación, o cuánto quería decir.
—Así que lo que me estás diciendo es que no tienes nada que contarme.
—La verdad que no.
Y en ese momento decidí contarle —justo después de decirle que no tenía nada que contarle—. Simplemente parecía una oportunidad demasiado buena para perderla. Me llevo bien con Helen, pero ella puede ser muy remilgada, y de pronto me di cuenta de que ella se iba a enterar de todos modos, tarde o temprano, y siempre me iba a lamentar de no habérselo contado yo misma, pudiendo elegir el mejor momento. Y el mejor momento era cuando menos se lo esperaba: quería que la expresión de su rostro fuera algo que recordara por siempre, algo que podría describirle a Dave, y quizás incluso a Mark, una y otra vez.
—Hay una cosa graciosa, supongo —dije—. Karen Glenister me tiró una película porno en el buzón, ¿y a que no adivinas quién aparece en ella?
Ella ya ponía esa cara fantástica, como si fuera estrangulada por una mano invisible: los ojos saltones y el rostro de color púrpura. Lo podría haber dejado ahí y aun así habría tenido que respirar profundamente el resto del día para recuperarse.
—¿Quieres saber o no? —dije después de un tiempo, ya que ella seguía en silencio.
—Dime —dijo ella.
—Mark —dije—. Nuestro Mark. Tu sobrino.
—¿Y qué quieres decir con «en una película porno»?
—¿Qué crees que te estoy diciendo? ¿Qué otra cosa podría significar, aparte de lo que acabo de decir? Cuando la gente dice que Hugh Grant actúa en Love Actually, ¿qué quiere decir?
—Sin embargo Love Actually no es una película porno, ¿no?
—¿Y qué diferencia hay?
—No sé. Cuando dices que un actor conocido está en una película, no estás diciendo mucho, ¿no? Quiero decir, no es difícil de entender. Pero cuando me dices que mi sobrino aparece en una película porno… Pensé por un momento que había algo que no estaba entendiendo. Quizás estabas usando alguna frase de doble sentido que no he escuchado antes.
Me quería reír de ella, pero no pude, porque entendí lo que quería decir. Era casi lo mismo que lo que sentí cuando vi por primera vez la portada del video: que había algo acerca de esa foto que no estaba en mi idioma, o que estaba dirigido a gente de otra edad. Me siento de esa manera a veces, cuando Mark mira ese programa de comedia en el que un hombre vestido de mujer dice: «Sí, pero, no, pero…» y Mark se echa a reír.
Ahora que lo pienso, todo este asunto de Mark es como un episodio de Little Britain, porque no sé si es gracioso o no.
—No —dije—. Eso es lo que estoy diciendo. Mark actúa en una película porno como Hugh Grant en Love Actually. Resulta que tiene un pene enorme, y, y…
Helen me miraba fijamente, tratando de escuchar, tratando de entender con todas sus fuerzas.
—Supongo que no sabía qué hacer con él —dijo—. Supongo que no hay mucho que puedas hacer con él, si lo piensas.
—Lo podría haber mantenido dentro del pantalón —respondí.
—Bueno, sí. Por supuesto. No se lo irás a contar a mamá, ¿no?
—No sé. No sé por qué vine, la verdad. Excepto que este asunto del pene supuestamente es hereditario, y Dave no lo tiene. Quiero decir, tiene uno normal.
—Bueno, mamá, no tiene… ¡Oh, Dios! ¿Te refieres a papá?
—Sí.
—Pero él no… no pudo haber tenido.
—¿Por qué no? Yo no lo sé. ¿Tú lo sabes?
—No. Dios. Por supuesto que no lo sé. No. Dios. ¿Simplemente vas a preguntárselo a mamá, así como así?
—No lo sé. Voy a ver cómo me siento cuando vuelva.
Mamá entró, se sentó, le quitó el celofán al paquete de cigarrillos y luego con un suspiro y un pequeño rezongo, recordó que tenía que salir a la calle para fumar.
—Salgo contigo —dije.
—Puedes fumarte uno aquí, si quieres —dijo Helen.
—¿Por qué?
—Bueno, Lynn no viene tan a menudo. No quiero tener que verla a lo lejos a través de la ventana.
En realidad le preocupaba perderse algo, se notaba a la legua. Tomó un platito de taza de té del secador y lo puso en la mesa, como cenicero.
—¿Papá alguna vez fumó? —le pregunté a mamá. Era un comienzo. Quizás siempre le gustó un cigarrillo post-coito, y sería un paso intermedio para hablar de eso…
—No —dijo.
—¿Nunca?
—No sé si nunca. Pero nunca fumó mientras estaba conmigo. Y odiaba que yo fumara. Siempre estaba encima para que lo dejara. Ojalá lo hubiera hecho. Por él, quiero decir. Nunca me pidió mucho, y yo ni siquiera le di eso.
Apagó su cigarrillo disgustada, a medio fumar, como si lo estuviera por abandonar ahora, con cuatro años de retraso.
—Solo te regañaba porque se preocupaba por ti —dije—. Aun así, no había nada de qué preocuparse. Todavía estás con nosotros y fumando a tus anchas.
Pero no había broma que fuera a alivianar la situación —sus ojos brillaban de las lágrimas y lo único que podíamos hacer ahora era arrastrarla de vuelta al presente, lejos de ese horrible pozo oscuro y profundo en que cayó cuando murió papá. ¿Quién era yo para empujarla de vuelta en él? Cambié de tema, y terminamos hablando de cosas sobre las que ninguno de nosotros podría molestarse: por qué mamá no va a la carnicería halal del barrio, si Big Brother es todo ficción o no (Helen tiene toda una teoría sobre el asunto), y sobre la familia, incluyendo a Mark. Le dije a mamá que ahí andaba, todo estaba bien con su nieto en cierta medida, y de repente la vi a Helen, y me pareció que reprimía una risita. Pero no hay ninguna broma al decir en cierta medida. ¿Cierto? ¿Dónde está el doble sentido en eso?
En el autobús camino a casa, pensé en lo que había pasado desde que me enteré que Mark estaba en un video porno, y me di cuenta de que, al final, todo ha sido bueno. La conversación que tuve con David sobre Steve Laird fue difícil, por un rato, pero terminamos teniendo sexo fantástico. La verdad es que disfruté siendo impertinente con Karen Glenister y, en el autobús, yendo a lo de mamá, lagrimeé un poco porque fui capaz de cambiar algunos recuerdos tristes por otros felices. Si finalmente agregamos el café que tomamos con mamá y Helen (que nunca habría ocurrido si no hubiese decidido, por razones que solo yo sabía, tratar de averiguar qué tan grande la tenía mi padre), puedo decir honestamente que es una experiencia que le recomendaría a cualquiera. ¿Puede ser que esto sea verdad?
Mark se estaba preparando el almuerzo cuando volví, estaba friendo lo que parecía un cuarto kilo de tocino.
—Caramba —dije—. Alguien está muerto de hambre.
Él me miró.
—Sí. Lo estoy. Pero no porque haya estado haciendo nada, si a eso te refieres.
—No hablaba de eso. Cálmate. No todo lo que diga va a tener que ver con ese tema.
—Lo siento.
Lo vi hacer un lío cuando daba vuelta el tocino, y le saqué la espátula de madera de las manos.
—¿Le pasa algo malo a las chicas en esas películas?
—¿Qué quieres decir?
—Si están, no sé, drogadas, o hacen la calle, o algo así.
—No. Esa con la que yo… la que tú viste, Vicky, es agente de viajes. Simplemente se hartó de sus pechos de la misma forma en que yo me harté de… mí.
Hay algunas que quieren ser modelos en topless, pero eso es todo. Al novio de Rachel sí, a él le encanta hacer películas. Quiere ser Steven Spielberg, y esto es lo más cerca que puede llegar por el momento.
—Él es desastroso —dije—. Hace que Carry On parezca Dances with Wolves o algo así.
—Es horrible dirigiendo —dijo Mark—. Pero no quiero parar, ma.
—Oh. ¿Por qué no?
—No me importa que tú y papá se hayan enterado. No lo hacía como una travesura, ya sabes.
—¿Y por cuánto tiempo quieres hacerlo?
—No sé. Hasta que pueda ser independiente, supongo.
—Prométeme una cosa.
No sabía hasta decirlo qué era lo que quería decir, pero cuando me salió de la boca me di cuenta de que era lo correcto.
—Déjalo cuando pase algo peor.
—¿Y eso qué significa?
—Tú sabes. Cuando, no sé… cuando la abuela muera. O si tu papá y yo nos divorciamos o algo así. Retírate entonces.
—¿Y por qué me dices esto?
—No sé. Simplemente siento que es lo correcto.
—Pero ¿no debería ser al revés? Quiero decir… Cuando algo malo suceda, ni siquiera vas a notar esto.
—No. Pero la cosa es que voy a saber que está ahí. No quiero saber que está ahí cuando no me sienta igual que ahora.
—¿Y cómo te sientes ahora?
—Me siento bien. Ese es el tema.
Se encogió de hombros.
—De acuerdo entonces. Te lo prometo. A menos que ya des por descontado que te divorcias la semana que viene.
—No, por ahora estamos bien.
Alargó la mano y nos dimos un apretón. «Trato hecho», dijo, y lo dejamos ahí.
Esa noche, los tres fuimos al Crown para tomar una copa antes de la cena. Solíamos ir seguido cuando Mark estaba en su adolescencia y era una novedad para todos nosotros, pero luego Mark encontró cosas mejores que hacer, y dejamos de ir.
No fue una gran cosa, como si todos decidiéramos que debíamos pasar más tiempo juntos para llegar a conocernos mejor. Simplemente sucedió. Dave dijo que tenía ganas de salir a tomar una copa, y Mark y yo estábamos con el mismo ánimo. Pero me alegré de que, de alguna forma, la película nos hubiera vuelto atrás en el tiempo, en lugar de empujarnos hacia adelante. Habíamos acabado, de alguna manera, haciendo algo que solíamos hacer. No tenía por qué haber sido así. Sea como sea, tuve un momento raro. Es cierto que había bebido cerveza con el estómago vacío, pero mientras David ordenaba la siguiente ronda, y Mark jugaba en la máquina tragamonedas, fue como si saliera flotando fuera de mí misma y nos viera a los tres, todos en nuestros distintos lugares, todos aparentemente alegres, y pensé que me habría conformado con esto cualquier día de mi vida, desde que Nicky murió.
No me habría sido suficiente antes de casarme, pero a esa altura no sabes nada. No sabes qué tan asustada te vas a sentir, a cuántas cosas tendrás que renunciar. No sabes que casi cualquier cosa que se vea bien desde afuera puede sentirse igual de bien adentro. No sabes que así es como debe ser.
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