Indudablemente una de las fechas más esperadas en la infancia es el seis de enero, el día de llegada de los Reyes Magos. Desde siempre, más allá de los regalos que aparecían en nuestros zapatillas o zapatos en la mañana, el misterio que despiertan Melchor, Gaspar y Baltasar con sus camellos y las múltiples e inverosímiles connotaciones que se originan en el ámbito infantil, convierten a los días anteriores y posteriores en una fiesta de fantasías e ilusiones que solo el espíritu angelical de los pequeños puede capturar.
Explicar lo inexplicable es imposible, pero cada uno en su momento encontró una solución fantástica a todos los dilemas y la atesoró íntimamente como la repuesta mágica que abría el camino a un mundo de ensueño, fascinante y maravilloso.
El primer vestigio sobre la verdad de los Reyes, surgió espontáneamente al observar su comportamiento; más que mágicos y ecuánimes, parecían humanos por lo injustos y discriminatorios que eran con sus regalos.
Pese a ello enterarnos plenamente de la verdad, fue muy doloroso y desilusionante, muchas quimeras quedaron tempranamente truncas y aprendimos abruptamente a desconfiar de los mayores.
Cada uno, remontándose a sus primeros años de vida, sabrá como fueron sus Reyes Magos; en mi caso y en el de mi hermana, puedo aseverar que fueron magníficos y transmitieron a través de sus regalos el amor que sentían hacia nosotros.
Mi mamá no tuvo una infancia feliz, perdió de muy chiquita a su madre y fue criada por sus abuelos maternos. Muy pocas veces tuvo regalos de reyes y padeció dignamente esa precoz discriminación. Sabedora del dolor de despertarse y no tener un regalito en ese día tan especial, lavó y planchó para afuera, para que no nos faltara a nosotros ese milagroso obsequio anual, que nos hacía sentir tan felices. Ya madura con otras posibilidades económicas, les brindó a sus nietos los mejores regalos.
Mi papá siempre se plegó entusiasta a esta iniciativa materna, ya que él, por la situación económica de sus padres, también sufrió esas privaciones y disfrutaba enormemente vernos gozar de esos momentos tan especiales.
Para no sufrir desencantos, nos enseñaron a pedir prudentemente. Lo que pedíamos y estaba a sus posibilidades económicas, siempre lo recibíamos. Eso sí lo teníamos que elegir en los lugares donde les fiaban a los Reyes Magos (Roncoli Hnos. ó Casa del bebé y artículos para niños de la Señora de Hojraj). Incluso en alguna oportunidad-como ya lo he contado- nos encontrábamos con el regalo escondido arriba del ropero, días antes de esa conmemoración tan grata; seguramente para evitar que otro cliente se les anticipara y nos quedáramos sin los presentes elegidos.
También nuestros Reyes Magos, eran prácticos. No querían que juntáramos agua y pasto para sus camellos. Se ve que andaban muy apurados y no les gustaba ensuciar cuando pasaban por mi casa.
Afortunadamente estos entrañables personajes bíblicos, nos visitaban los seis de enero, en pleno verano, lo que nos permitía esperarlos con la ventana del dormitorio abierta (al menos en aquellos años se podía, hoy en día por cuestiones de seguridad no creo). Permanecíamos horas despiertos con la expectativa de verlos, pero siempre llegaban cuando el sueño nos vencía.
Muchos se recibieron de macaneadores, cuando habían juraban y recontra juraban haberlos visto, al comprobarse tiempo después cual era la verdad del asunto, quedaron pegados para siempre, con su muy envidiada –en su momento- mentira.
Los días previos a tan significativa fecha para los más chicos, mejoraba el comportamiento general, ya que la amenaza de no recibir regalo alguno si nuestra conducta no era la adecuada, era sumamente respetada y por ello hasta nos bañábamos sin protestar, lo que ya era mucho decir.
Increíblemente las cartas que le escribíamos a Gaspar y compañía, podían aparecer mucho tiempo después guardados como un recuerdo, en la mesa de luz o en otros muebles de la casa.
Era sin lugar a dudas el día que voluntariamente nos levantábamos más temprano, y rápidamente salíamos a la calle, para observar los regalos de nuestros amigos y mostrarles a su vez los que habíamos recibido nosotros. El jolgorio y la felicidad reinante, era interrumpido por algún pibe desilusionado que en vez de juguetes le habían traído ropa o aquel otro que había pedido desmesuradamente a contramano de lo que le aconsejaban sus padres y debían conformarse con regalos mucho menos relevantes.
Cuando nos percatábamos que alguno por un motivo ú otro, ese día no había la suerte de recibir la visita de los Reyes Magos, éramos solidarios y lo íbamos a buscar para compartir nuestros juguetes. En algunas oportunidades profundas tristezas, se convertían en infinitas alegrías, ya que los Reyes llegaban atrasados por algún contratiempo comercial, pero cuando venían lo hacían con regalos suculentos.
Emilio estaba resignado, le habían manifestado, que, en vez de presentes, los Reyes le habían traído de regalo muchos hermanos (alrededor de veinte).
Por supuesto que nos enteramos de la dolorosa verdad, por boca de nuestros amigos mayores. No por maldad, sino para justificar el por qué, los Reyes ya no llegaban a sus casas.
Me pasó como a la mayoría de los chicos, de no querer resignarnos a ésa lógica verdad y por un tiempo mantuve intacta la ilusión de su existencia. Luego atando cabos, realmente era imposible mantener ni un cachito de esperanza.
Después se presentaba el dilema, de decirle o no a mi hermana. Decidí plantearle primeramente las dudas, pero en los primeros escarceos se avivó y demostró que estaba mejor informada que yo.
Decidimos de común acuerdo, por conveniencia continuar creyendo en los Reyes Magos, y poder así seguir recibiendo nuestros anuales regalitos. Pero a su vez resolvimos torturar un poco a nuestros padres y abuelos, para vengarnos de la comprensible confabulación de la que habíamos sido víctimas.
Para ello los atosigamos a preguntas sobre el tema, para comprobar la capacidad de recursos que tenían para explicar algo tan incomprensible.
Mis abuelos la hicieron fácil -¡que le expliquen sus padres!- nos dijeron. Mi papá al principio aceptó el convite, pero rápidamente zafó con el clásico – ¡pregúntenle a mamá, que yo tengo que trabajar! – .
Por eso nuestra amada Ilda, debió sufrir tremendos interrogatorios que la dejaban al borde de un ataque de nervios…
- ¡Mamá…mamá!… ¿los camellos cagan? – le preguntábamos, a lo que por supuesto respondía afirmativamente. Por ello le repreguntábamos…
- ¡Mamá…mamá! ¿y entonces por qué no dejan bosta como los caballos y las vacas? –
- ¡No sé, lo harán en el campo! – respondía mi mamá apremiada.
- ¡Mamá! ¡Mamá!… ¿cómo hacen los Reyes Magos para recorrer todas las casas del mundo, si el carro del basurero tarda toda una noche para recorrer las casas de Vedia? – seguíamos interrogando.
- Y… por algo son magos – nos respondía acertadamente.
- ¡Mamá!¡Mamá!… ¿si son Reyes, porqué trabajan de magos? – seguíamos con el cuestionario insólito.
- Seguramente, por que quieren a los chicos – respondía coherentemente.
- ¡Mamá! … ¡Mamá! ¿por qué a los chicos ricos, le traen regalos grandes, y a los chicos pobres, no les traen o les traen regalos pobres? – preguntábamos capciosamente.
- La verdad que no sé, tendrían que preguntarles a ellos – respondía angustiada.
- ¡Mamá!… ¡Mamá!… ¿por qué algunos chicos se portan mal y le traen los mejores regalos y a otros que se portan re bien no les traen nada? – seguíamos inquisidores.
- ¡No sé!… la verdad ¡No sé! – respondía amargamente.
- ¡Mamá!… ¡Mamá!… por qué con el calor que hace, ¿los Reyes Magos, andan tan abrigados? – continuábamos sin tregua.
- ¡BASTA!… ¡BASTA! ¡sí no dejan de preguntar, los Reyes no pisan nunca más ésta casa! – reaccionó harta de nuestro agotador cuestionario.
Por las dudas, ahí paramos con las preguntas. Pero cuando teníamos oportunidad volvíamos a la carga, con un renovado repertorio de preguntas. Estoy seguro que, en muchos de esos interrogatorios, mi vieja estuvo a punta de agregar a ése enfático ¡BASTA!… ¡los Reyes Magos somos nosotros!, para que cesáramos en nuestro hostigamiento.
El 6 de enero de 1962, en forma muy rimbombante se anunció la presentación en la sede social del Club Deportivo Sarmiento de los Reyes Magos, con entrega de juguetes a los niños presentes. Los animadores y organizadores de esa festividad eran Roberto Quiroga y Nicky Mauri de procedencia foránea.
Tenía 11 años y estaba justo en el límite para ir a un festejo de esa índole. Luego de una larga discusión los más chicos decidimos ir. Tapioca nos volvió loco cargándonos, entre otras cosas, nos decía…
- Miren los pelotuditos… van a recibir un regalito de los Reyes Magos- o sarcástico nos recalcaba…
- Boluditos, aféitense las piernas, que le van a descubrir la edad –
Por supuesto que el “Nego” se plegó a las cargadas. Pero no nos hicieron mella, ya que las justificamos, como una clara demostración de envidia.
Ya en el club, nos tranquilizamos había muchísimos chicos y chicas mayores que nosotros, no desentonábamos para nada.
Verdaderamente fue una fiesta espectacular. La pista al aire libre y la cancha de pelota a paleta estaba repleta de pibes y pibas expectantes para comprobar los alcances de este festejo totalmente inédito para nosotros.
Desde el escenario los animadores comenzaron a llenarnos de ansiedad, con la inminente llegada de los Reyes Magos. Utilizaban magistralmente un par de reflectores con luces a colores con los que alumbraban distintos puntos de donde podían aparecer.
Así, por ejemplo, nos anunciaban…
- ¡Atención chicos! Nos acaban de anunciar que los Reyes Magos, van ha llegar en un helicóptero – a la par que enfocaban los reflectores hacia el cielo.
Por supuesto que todos mirábamos hacia arriba buscando una luz que nos hiciera vislumbrar la presencia tan esperada. Al rato…
- ¡Atención chicos! ¡Gaspar, Baltasar y Melchor ya están aquí! ¡Miren! – alumbraban los vestuarios de la cancha de fútbol y nos guiaban… – ¡allá están! –
Y todos salimos corriendo para el Parque “Greene”, gritando como unos desaforados. Llegamos a los vestuarios y no había nadie.
– ¡Atención chicos!, mágicamente nuestros amigos han cambiado de lugar, ahora están sobre el tanque de agua de la pileta- bramaba el relator, iluminándolo.
Otra vez la manada corriendo como unos desequilibrados detrás de tan venerados personajes.
Desde ya, que allí tampoco estaban. Nos hicieron ir reiteradamente de un lugar a otro, siempre excitados desde el escenario por los dos verborragicos animadores, los que seguían manejando magistralmente a los reflectores.
En verdad los más chiquitos seguían enfervorizados, nosotros ya sentíamos que nos estaban tomando para el churrete, así que decidimos no correr más detrás de las luces y esperar los acontecimientos.
Después de otros ir y venir. Escuchamos por fin, el tan anhelado…
- ¡Atención chicos! ¡Ahora sí! ¡Ya están en el interior del Club los queridos Reyes Magos! – gritaba desaforado uno de los animadores, enfocando con sus luminarias la puerta de la conserjería.
Ahora si era cierto, ya que miembros de la comisión y otros colaboradores habían conformado una barrera humana, para preservar la seguridad de Gaspar, Melchor y Baltasar.
Contuvimos el aliento, anhelantes y se hizo de parte de toda la chiquilinada un silencio sobrecogedor. Se apagaron las luces de las instalaciones y solamente los reflectores jugaban enloquecidos sobre el lugar por donde iban a emerger los ilustres visitantes.
Y efectivamente aparecieron…fue apoteótico. El escudo humano, apenas podía contener a la avalancha de pibes y pibas que como un aluvión se iban sobre los tres Rayos Magos.
Estaban muy bien caracterizados, con sus vestimentas coloridas y con la luminosidad de los reflectores, parecían figuras casi irreales. Era sumamente emocionante dado que así, yo los había soñado reiteradamente. La música y la voz de los locutores acentuaban aún más el marco impactante que tenía el momento casi mágico que vivíamos.
Para recibir los regalos, nos hicieron formar tres largas filas, una para cada Rey Mago. Yo rápidamente me acomodé en un buen lugar en la correspondiente a Gaspar. Pero, imprevistamente vino el “Ñato” Montagna, que estaba cargo de la seguridad de los Reyes y me hizo colocar en la columna de chicos correspondiente a Baltasar, sin darme ninguna explicación.
Fastidiado y sin comprender, perdí la colocación estratégica que tenía, para estar casi último en la fila que me habían puesto verdaderamente de prepo.
Refuñando en la cola, veía los regalos que iban recibiendo los chicos. Pude comprobar que el mejor presente que entregaban, era un juego de bowling de madera. Pero por lo que veía, entregaban uno cada veinte chicos. Los demás juguetes también eran lindos, pero indudablemente ese juego era lo que más llamaba la atención.
Por supuesto, que esperando me llegara el turno, pensaba fatídicamente que a mí la suerte no me iba a acompañar y seguramente me tocaría uno de los juguetes más berreta, que se regalaban esa noche.
Todo se hacía ordenadamente, por lo que la fila avanzaba rápidamente. Los que habían cuidado a los Reyes, ahora se dedicaban a asegurar que ningún pibe se avivara y pasara más de una vez a recibir los presentes.
De pronto llegó mi turno y sin mirar la cara a Baltasar, vi como su mano derecha, en vez de meterse en una de las bolsas donde estaban los juguetes, agarraba de un costado un juego de bowling y me lo daba.
Quede anonadado, sin reaccionar, por la hermosa sorpresa, ni atine siquiera a estirar los brazos para agarrar el preciado regalo.
En ese momento, sentí que Baltasar me hablaba, y su voz apremiándome, me resulto inconfundible…
- ¡Agarra boludo! ¡Apúrate! – me dijo.
Tomé el regalo y levanté la vista … Baltasar ¡era mi papá!…
No tuve tiempo para nada más, ya que los pibes y pibas que estaban detrás de mí, me apuraban para que cediera el lugar.
Me fui caminando, con la boca abierta y con el juego de bowling en las manos. Escuché que algunos, me gritaron ¡ojetudo!, otros que también habían reconocido a mi padre me decían ¡acomodado!, pero la verdad, no me molestó para nada.
Entendí la maniobra del “Ñato”, sincronizada previamente con mi papá y mentalmente le pedí disculpas por lo que había pensado de él.
Lo había visto cantar y tocar en orquestas a mi viejo, pero esa realmente fue su actuación más deslumbrante y sin lugar a dudas la más provechosa para mí.
Al otro día para poder jugar al bowling con nosotros, Tapioca y el “Nego” tuvieron que pedir disculpas por los agravios exteriorizados en el día anterior.
Fui muy feliz aquella noche, el espectáculo fue maravilloso, vi por primera vez a los Reyes Magos, recibí un regalo inesperado y tuve el privilegio que Baltasar se saliera de su rol y me dijera ¡boludo!…
Juan Carlos Cambursano
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