“EL QUE VA HABLANDO SOLO”
Hace frío, mi bufanda bandera muerta al cuello. Las manos en los bolsillos sobre las
migas de pan despistadas de tiempo. Hace frío, las luces tiemblan como frutos
esparcidos. Los ómnibus pasan cargados de niebla urbana a más no poder; un micro
con su tiempo a cuesta va lleno de ancianos muy ancianos y esa muchacha lleva una
gota helada en la mejilla sonrojada por el viento del sur.
Cuatro niños pasan cantando; cualquiera seguiría por ese camino de frescura si en
cada puerta de la ciudad no se irguiera un monumento de ceniza. Entre ráfaga y
ráfaga es necesario detenerse junto a una vidriera, ver los últimos libros, las ánforas
que acaban de hablar en el Mediterráneo llenas de aceitunas todavía verdes como si
durante dos mil años nada hubiera ocurrido en este mundo.
Un cigarro arde entre mis dedos, su brasa pobre en el frío, pobre en la oscuridad
pobre de mi alma.
– Señora, ese peinado y su nariz es muy grande. Le queda muy mal: No se
descuide de un resfriado. A mi abrigo la falta un botón-. –Si usted quisiera
ponérselo yo trataría de reducirle su nariz o su peinado o hablarle
sencillamente de Cuba-. Parece que sus pasos no la llevan a ningún sitio,
pues la soledad se extiende por todas partes. Su mirada y la mía se acaban de cruzar en este instante tiernamente decisivo
en que los delfines de las fuentes empiezan a cantar con un chasquido de estrellas que
se apaga.
Hace frío, las luces tiemblan en el rostro de los vagabundos y mi alma tiene una flecha
de nieve en cada esquina.
Ovidio
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