Cumplimos cabalmente la palabra empeñada y ninguno comentó a nadie sobre aquellas excitantes fotografías. Extrañamente a nuestras cambiantes costumbres, no perdían vigencia y de continuo nos agrupábamos alrededor de ellas para disfrutarlas.
Los padres del pibe no habían dado seña alguna que nos indujera a pensar, que sospechaban del usufructo que hacíamos de esas fotos. Indudablemente no la usaban corrientemente y las tenían sobre el ropero como una simple curiosidad.
Yo aporté a las reuniones tres o cuatro revistas “Dinamita”, que encontré en mí casa. Traía cuentos verdes –parte de ellos no los entendíamos- y mujeres en poses provocativas en ropa interior; nada que ver con nuestras inestimables fotografías, pero igualmente entretenían.
Con la experiencia recogida, teníamos sustento como para mantener discusiones sobre el tema con otros pibes ajenos a la barra. Especialmente algunos compañeros de Escuela, que más de una vez nos habían embaucado con sus falaces experiencias y sus fingidos conocimientos sobre el tema. Al rebatirles alguna afirmación, ganamos respeto y consenso con el resto de los compañeros. Más aún cuando nos preguntaban de donde lo sabíamos y nosotros manteniendo una reserva absoluta, no explicábamos la fuente de información que teníamos. Por supuesto que esta actitud de discreción, les intrigaba en grado sumo.
La verdad es que nos moríamos de ganas de contar la experiencia que vivíamos, pero las advertencias de “Tapioca” habían sido claras y las respetábamos a rajatabla.
Pedro, una tardecita en la que nos hallábamos reunidos en nuestra esquina, charlando sobre este tan atractivo tema, nos hizo una pregunta que nos dejo perplejos. Pregunto al grupo en relación al velloso asunto que habíamos descubierto en las fotografías…
- Hay una cosa que no entiendo, ¿por qué si es tan fea y tiene feo olor, les gusta tanto a los hombres? –
Sorprendidos, le preguntamos que sabía del olor feo y nos respondió…
- Ayer al mediodía mi mamá había hecho de comer unos pescados, cuando llegó mi papá fue a la cocina y olió lo comida, puso cara de asco y dijo tiene olor a cachucha –
Hizo una pausa, tomó aire y siguió…
– Por la cara que puso, la cosa debe tener feo olor… ¿no…? –
No le supimos responder; ni siquiera los mayores tuvieron una respuesta precisa al inesperado interrogante planteado. Solo el “Nego” tuvo una explicación, que conformó medianamente la expectativa del reducido auditorio…
- Todo lo que no se lava seguido, tiene mal olor y seguro que estaba hablando de una cachucha sucia –
Para satisfacer la curiosidad algunos les preguntaron a sus hermanas mayores y solo recibieron coscorrones, dolorosos pelliscones y hasta algunas cachetadas; que se duplicaron al enterarse las respectivas progenitoras. Por lo que el interrogante continúo por un largo tiempo más.
Lamentablemente la que no se extendió demasiado fue nuestra suerte y la historia de las fotografías tuvo un abrupto final.
Una fatídica noche en la que nos encontrábamos reunidos en un banco de la plaza, disfrutando como el primer día de dos de aquellas inolvidables fotos, despertamos la curiosidad de unas chicas que estaban sentadas en un banco vecino. Verdaderamente era llamativo ver a una reconocida horda de salvajes, sentados disciplinadamente alrededor de un banco en un estado de éxtasis total.
Una de ellas muy caradura, se acercó al grupo para husmear el origen de nuestra quietud tan placentera. Ocultamos rápidamente las fotos; sin poder evitar dejar de traslucir a la pizpireta muchachita que tenían una importancia inconmensurable para nosotros.
Por supuesto que nuestra actitud incrementó su curiosidad, y se fue a cuchichear con sus dos amigas. Al ratito estaban las tres con nosotros. Para los más chicos era un acontecimiento menor, pero para los más grandes era un sueño cumplido.
En tanto que nosotros nos negábamos terminantemente a mostrar las fotos; el “Pilo”, “Tapioca”, el “Nego” y Jorge ablandados por la presencia de las muchachas, se mostraban predispuestos a quedar bien con ellas.
Hubo muchos sí, muchos no, muchas suplicas y muchos reproches, pero finalmente las jovencitas lograron su propósito y convencieron a nuestros amigos mayores. Estos a su vez de prepo, nos convencieron a nosotros y accedimos “voluntariamente” a mostrarles las fotos.
Si bien no exteriorizaron tanto entusiasmo como lo hiciéramos nosotros, también a ellas las conmocionaron. Conteniendo sus exclamaciones y con sus risitas nerviosas, se tapaban con sus manos femeninamente la boca.
Al anoticiarse que había más fotos, exaltadas pidieron verlas. Lógicamente nos hicimos los rogados, pero al final y a instancias de nuestros entusiasmados mayores, acordamos que a la noche siguiente llevaríamos las restantes. Fue nuestra perdición.
La tarde para nosotros los más purretes transcurrió normalmente; pero los más grandes estaban excitadísimos, hacían planes y se peleaban por sus preferencias por cada una de las chicas. Hasta se bañaron voluntariamente antes de concurrir a la plaza, lo que resultaba verdaderamente extraordinario. No se pusieron la ropa de concurrir a los cumpleaños, por que sus padres no los habrían dejado.
A mí me mandaron más temprano para que asegurara el banco elegido para el encuentro y después uno a uno fueron llegando todos los chicos. El último por supuesto el poseedor de las fotografías, que había hecho una excepción e imprudentemente las había traído a todas, quizás a instancias de los mayores.
Las pibas se hicieron esperar, pero al fin arribaron al encuentro. Con la novedad, que ya no eran solamente tres, sino que se le habían agregado dos más, seguramente intrigadas por lo que le habían comentado sus amigas.
Primero se sentaron en el banco de al lado, que afortunadamente aún estaba desocupado. Lo llamaron a “Macu” y le pidieron que les llevara las fotos.
Nos negamos terminantemente, tenían que venir a nuestro banco si las querían ver.
Al igual que en la víspera, la misma chica tomó la iniciativa, acercándose a nosotros; enseguida la siguieron las otras dos, en tanto que las restantes permanecían inquietas e indecisas en el banco.
Al ver las exclamaciones y las risas de sus amigas, una de las irresolutas, decidió agregarse al grupo; para pasar inmediatamente a mirar con idéntico pudoroso entusiasmo a nuestras apasionantes fotografías.
La quinta jovencita se mantenía en el banco, negándose, pese al repetido requerimiento de sus compañeras, a unirse al entusiasmo que se había suscitado en el banco que ocupábamos.
Se mantuvo firme en su postura y por ello el resto de las chicas nos pidieron que les permitiéramos llevarles las fotografías para que pudiera verlas en el otro banco.
Primeramente, nos negamos, pero la insistencia de las chicas pudo más y convencieron a nuestros “alzados” amigos; por ello lamentablemente, le entregamos nuestro invalorable tesoro.
Apenas las vio, se puso histérica y nos gritó…
- ¡Cochinos! – y simultáneamente ante nuestra desesperación rompió las fotos.
Luego se marchó llorando, consolada por sus amigas.
Quedamos un rato paralizados, sin poder pronunciar una sola palabra. Luego el “Nego” fue a mirar las fotos rotas y luego de una corta inspección, exclamó…
– ¡Nos cagarón!… ¡rompieron una sola foto! ¡se llevaron las demás!
Fuimos todos a ver y comprobamos la veracidad de esas manifestaciones. Recuperarlas ya era imposible las jovencitas ya no estaban visibles.
Hubo muchos reproches, insultos desmedidos, vanas amenazas hacia las muchachas y palabras de consuelo hacia el ex portador de las fotografías.
Realmente nos sentíamos unos tremendos boludos, ante el evidente engaño, del que habíamos sido víctimas.
En los días posteriores hubo tibios intentos para tratar de reconquistarlas, pero no hubo caso, no las recuperamos jamás.
El hasta entonces envidiado y requerido dueño de las fotos, pasó a ser uno más. Para escapar del ignominioso anonimato, volvió a buscar afanosamente sobre el ropero, revisó cajones y todo lugar posible, pero no halló otras fotografías. Su tristeza fue enorme.
Cuando nos cruzábamos con algunas de aquellas pibas, vislumbrábamos algunas sonrisas socarronas que lastimaban nuestro amor propio.
Solamente nos consolaba imaginar la desilusión de aquellas muchachas, ya que con el transcurrir de los años descubrirían que los atributos del hombre de la foto no eran moneda corriente y que seguramente jamás disfrutarían los placeres de los que gozo la velluda muchacha, que a tantos de nosotros emocionó.
Juan Carlos Cambursano
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.