Sin dudas los pibes del Barrio Belgrano éramos privilegiados, dado que su ubicación céntrica en el pueblo, nos permitía tener cerca a la Plaza Rivadavia, al cine y Teatro “Italiano”, al tramo de la Avenida Rodolfo Dunckler donde se festejaban los
Propiedad de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, este local ubicado en la Avenida Dunckler y Juan Bautista Alberdi, tenía esa denominación por el inicio de los nombres de sus primeros inquilinos Carlos Rizzardi y Víctor Tubio.
Tanto en su coqueto salón como en su espléndida pista se realizaban celebres bailongos amenizados por las mejores orquestas de la zona.
Alberto Margal, el cantor de las madres y las novias, artista exclusivo de Radio Porteña de Buenos Aires, era asiduo animador de esas tertulias danzantes. Como también lo fueron “Mito” Garin con su orquesta típica y característica, con su particular cantante John Picot, de la ciudad de Venado Tuerto.
Al retirarse Rizzardi y Tubio del local y luego de permanecer un tiempo cerrado, al inicio de la década del sesenta, fue arrendado por Don Justino Díaz, más conocido como “Quevedo”, y su familia, que hasta ese momento explotaban un bar en la esquina de Avenida Dunckler y General Arenales, que fue derribado, primeramente, para construir una plazoleta y más tarde el edificio del actual Banco Provincia.
En los tiempos que el Car-Vic permaneció cerrado, para nosotros fue realmente una fiesta para jugar, ya que saltábamos el tapial y teníamos en el amplio predio múltiples posibilidades para entretenernos. Podíamos jugar al fútbol, al rugby, al escupe y raje en la pista; o utilizar el escenario par actuar, cantar, boxear, luchar y otros como el caso de “Tapioca” a cazar palomas en las palmeras y otras plantas ubicadas en el fondo de los terrenos de la familia Alonso u otros vecinos. También en algunas oportunidades utilizábamos la pista para patinar o para jugar al bowling aprovechando la gran cantidad de botellas vacías depositadas en el terreno.
No era sencillo degustar de esas exquisiteces, ya que los que afrontaban los gastos de los ágapes racionaban a full su distribución en la fiesta (los famosos padrinos pelados).
Para lograr llegar al menos a un sándwich y a una maza fina, teníamos distintos planes a saber: a) nos colocábamos con caras de famélicos, en el paso obligado del salón a los baños (debían recorrer toda la pista exterior, ya que estaban en el fondo del predio), para que nos tuvieran lástima; b) algún pibe amigo participando de la velada; c) algún mozo gaucho; y d)
El Club Deportivo Sarmiento, en una o dos ocasiones a mediados de la década del cincuenta y en meses estivales, realizó en ese predio al aire libre sus populares quermeses; para usufructuar la excelente ubicación del lugar.
Recuerdo que, en una de ellas, al margen de los juegos habituales que se utilizaban como entretenimiento y para recaudar dinero (dardos para reventar globos, tiro al blanco con rifle aire comprimido, embocar argollas pequeñas en botellas y grandes en artículos del hogar, pesca de números, acierto de pelotitas en casilleros, y muchos más), mi padre y Ezio Guerra
Se trataba de una carrera de aviones. Corrían estos aparatos (copia de los aviones a chorro), por un alambre y eran propulsados por cañitas voladoras. Estas se insertaban en la parte inferior del avión y los participantes debían encender la mecha de la cañita. Una vez activadas, desplazaban a las aeronaves por el alambre, por un trayecto de 10 metros aproximadamente y por supuesto el que primero llegaba a la meta ganaba. Este original entretenimiento estaba emplazado entre la pista y el tapial de la calle Juan Bautista Alberdi (prácticamente frente a mi casa), por lo que los cinco o seis que participaban se colocaban en la pista y los aviones se deslizaban hasta el tapial que estaba debidamente acondicionado para amortiguar el impacto.
Realmente fue fenomenal. Fenomenal el espectáculo y fenomenal el susto que se pegaron. Salían cañitas voladoras para todos lados y a cualquier altura. Así como se iluminó el cielo de Vedia, así también salían despedidas como busca pié y a media altura. Los encargados de los otros puestos se atrincheraban detrás de sus respectivos juegos, mi viejo atinó a salir corriendo y saltar el tapial, Ezio no sé.
Nosotros estábamos en la calle jugando, nos quedamos extasiados ante semejante belleza multicolor. Era la primera vez que veíamos tantas cañitas voladoras juntas y el zumbido que producían era estremecedor. Ya estaba con la boca abierta totalmente fascinado, cuando me sorprendí aún más al ver a mi papa saltar del tapial a la vereda, con el rostro desencajado, pegándose a la pared con los brazos y las piernas abiertas como si lo estuvieran por fusilar.
– ¡Papá! ¡Papá! ¡Que lindo que estuvo! –
No obtuve repuesta, por ello y con el mismo entusiasmo le dije…
– ¡Papá! ¡Papá! ¡Todas las noches van a tirar cañitas voladoras! –
Seguía en silencio, por lo que insistí aún exaltado…
-¡Papá! ¡Papá! ¿Por qué saltaste el tapial y no saliste por el portón como lo hace toda la gente…? –
Ahí reaccionó y me sacó corriendo…
Esa noche no hubo carreras de aviones; no había quedado ni una sola cañita voladora. En las noches siguientes sí, extremando las precauciones y fueron todo un éxito.
Siempre que veo surcar en el cielo una cañita voladora, evoco con mucha ternura a mi viejo y a aquel suceso fantástico que se convirtió sin lugar a dudas, en una de las noches más luminosas de la historia de Vedia.
Juan Carlos Cambursano
En el Car-Vic se hacían, en los últimos tiempos, algunas peñas de tango, en el fondo del salón, lo que sería el ‘reservado’ de otros tiempos. En más de una ocasión estuvo en pleno «La Peña de los Veinte» con los Miluch y otros grandes de Teodelina, entre ellos Julio Gutierrez Martín, autor de «Para vos, canilla» … Un tango homenaje a los pibes vendedores de diarios. Y lo acompañó, al menos una vez, su sobrino «Dany» Martín, quien, poco tiempo después, se consagraba en un programa del Canal 9 de Romay junto a «Marty» Cosens, Roberto Yanés, Chico Novarro, y Daniel Riolobos.