Alberto Zubieta fue uno de los médicos que utilizó plasma de convaleciente para tratar una enfermedad con altos índices de mortalidad a fines de la década del ´60 y comienzos de la del ´70. Hoy esta técnica forma parte de una investigación que replican en Estados Unidos y Argentina.
Los médicos que combatieron la Fiebre Hemorrágica Argentina (FHA) se convirtieron en una pieza clave en la investigación de una posible cura para el nuevo coronavirus. El uso de fármacos combinados para incorporar a un tratamiento es la primera alternativa que surgió en algunos países, aunque en Estados Unidos algunos investigadores siguen de cerca un método utilizado hace medio siglo.
La técnica a recuperar por los médicos extranjeros es conocida en los campos de la provincia de Buenos Aires. Fue usada para combatir el “mal de los rastrojos”, una enfermedad que atacó a la población a finales de la década del ´50, y consistía en el uso del plasma de los convalecientes para que los nuevos enfermos tomaran los anticuerpos generados por aquellos que habían superado el virus.
Este método fue aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos y también forma parte de las investigaciones locales ante el avance exponencial de la COVID-19 que, hasta la fecha, produjo 60 muertes y más de 1.700 casos en el país.
Sin embargo, la historia de esta solución contra la FHA se remonta a 1959, oportunidad en la que un equipo liderado por el médico clínico Clemente Magnoni decidió poner en práctica (en Junín, al noroeste de la provincia de Buenos Aires) una vieja usanza proveniente de África. La información con la que contaban por aquel entonces daba cuenta del uso de la sangre de una religiosa que había superado una fiebre cuya mortandad la acercaba a la del Ébola.
Alberto Zubieta, durante la segunda oleada de la enfermedad (fines de la década del ’60, comienzos de la del ’70) fue uno de los médicos que utilizó esta técnica para salvar vidas en un pequeño consultorio de la localidad de Leandro N. Alem, sobre la Ruta Nacional 7. Los pacientes más complicados que llegaban con ese diagnóstico eran derivados, precisamente, a Junín, aunque, en ocasiones, eran tratados por él mismo con la maniobra aprendida de sus colegas. El procedimiento, por cuestiones de precaución, siempre implicaba enviar una muestra de sangre a Junín, para que la controlara el Dr. Julio Argentieri, un hemoterapeuta destacado.
En diálogo con Radio Seis, este médico rural (luego se trasladaría a Junín, ya como cirujano especialista en Gastroenterología) recordó el procedimiento que utilizó en varias ocasiones y dijo que, en aquella época, se trataba de algo totalmente empírico pensado desde el punto en el que el mismo plasma que había vencido a la FHA tendría que tener en sus proteínas algo que pudiera ser útil para trasvasar a un enfermo.
“La técnica es bastante sencilla”, confió Zubieta acerca del proceso que se inicia extrayendo sangre de una persona en período de convalecencia y dejar que se estacione para obtener sus sedimentos. En sus cálculos aún mantiene la fórmula mediante la que se obtiene un líquido citrino con gran contenido de proteínas que son aplicadas en el tratamiento.
El proceso tiene una demora de 24 horas. Suficientes para aprovechar medio litro de sangre del que se obtienen células, glóbulos y un sobresaliente que es el plasma. Luego se aspira ese elemento y se lo transmite en forma pasiva a un enfermo para que replique los anticuerpos.
El médico estimó que una persona que se recuperó de COVID-19 cuenta con anticuerpos y es que hacia ese punto se dirigen las recientes investigaciones. “Hablo empíricamente, no soy un científico y esto es nuevo para todos. Es como ir a una guerra con un enemigo que no se conoce, es bastante terrible”, evaluó acerca del impacto del nuevo coronavirus en cada región en la que se asentó.
Zubieta, que ejerció la Medicina durante 53 años, consideró que la técnica que hace uso del plasma de un convaleciente es “una solución más” entre las que se ponen a prueba. “Con el mal de los rastrojos fue exitosa”, recordó. Lo particular de este método, sin embargo, es la posibilidad de tenerlo al alcance de la mano y de obtener una pronta evaluación en su aplicación en los pacientes.
Mientras tanto, a 4.900 kilómetros de distancia, en la ciudad de Houston, la bióloga argentina Laura Bover encabeza un equipo con 70 investigadores que siguen el uso de anticuerpos de casos recuperados de COVID-19. Una carrera contra el tiempo que se vale de la experiencia de antaño para frenar una enfermedad que venció a la ciencia moderna.
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