Este texto corresponde a la serie «Cartas desde las Islas», una edición de la correspondencia enviada por 15 soldados y oficiales durante la Guerra de Malvinas.
“De no llegarnos la ropa de invierno, no sé si nuestros cuerpos resistan”
“Pto. Argentino
18 de mayo de 1982
Papá y Mamá Castellini, Pablo, Darío, Graciela y todo el que lea esta simple carta de un soldado más.
Queridos amigos: después de cuarenta largos días me acerco hasta uds. a través de este simple manuscrito; hoy ha sido una carta la que nos acerca, pero es mi pensamiento el que lo hace en forma permanente
Son las 9 hs, hoy amaneció muy frío y lluvioso, eso no es problema, ya nos vamos acostumbrando a tan riguroso clima. De no llegarnos la ropa de invierno, no sé si nuestros cuerpos resistan.
Son muchos los muchachos que caen en la enfermería a diario. Por ahora no he aflojado, espero que eso no suceda.
Aquí en primera y segunda línea la cosa se complica cada vez más. La comida escasea, el agua se raciona, cigarrillos no se ven (salvo que arriesgándonos mucho nos escapemos al pueblo), el clima es cada vez más frío, la lluvia es casi permanente, las posiciones se nos inundan, tuvimos que cambiar de zona y cavar nuevas cazamatas, la ropa se humedece y es casi imposible de secar. En fin, todo se complica.
Me he enterado que en Bs. As. se dice que estamos muy bien. En vez de reportear a los que viven en el pueblo, ¿por qué no nos reportean a nosotros?
A pesar de todas las adversidades, el ánimo en la tropa es bueno.
Sucede que no nos olvidamos para qué estamos aquí; y les puedo asegurar que el Soldado Argentino se banca cualquier cosa, siempre y cuando esté de por medio el bienestar de la patria toda.
Yo personalmente, le agradezco a El Todopoderoso que me haya elegido para tan importante y regocijante misión.
Solo esperamos no defraudar a todos aquellos que tienen fe en nosotros.
Con respecto a la situación, no sé qué es lo que va a ocurrir, si algo llegara a pasar que Dios padre nuestro nos ayude.
Es lógico que con lo que se extraña, más en esta situación, quiero volver cuanto antes, pero más que yo mismo importa la situación de nuestro país Argentina.
Si algo me sucediera (no es dramatizar, sino ser realista) sería con una gran sonrisa, un viva la patria y un gracias a todos.
A pesar que las fuerzas no son las de los primeros días, nuestro ánimo es bueno y es mucha nuestra fe. Pedimos al igual que ustedes por la paz.
Yo personalmente tengo fé en la Razón y la justicia y creo que es por eso que se está luchando. Dios escucha nuestras súplicas y rezos. Dios y la Virgen nos van ayudar.
¡Que Dios ilumine la mente de los gobernantes en lograr una solución pacífica a este diferendo!
Deseo de todo corazón que mis amigos de siempre se encuentren bien de salud, física y espiritual.
Un beso de hermano muy grande a los cinco.
Saludos a sus familiares, un especial saludo para Marcelo y su familia. Besos y más besos al barrio todo. Es mucho lo que los extraño.
Supongo que cuando vuelva me estarán esperando con una docena de pizzas.
Besos y saludos para todos.
¡Por favor quiero tener noticias!
No dejen de escribir
Víctor”.
Víctor Hugo Cañoli llegó a las Islas Malvinas como soldado conscripto alrededor del 10 de abril de 1982. Tenía 20 años. Había realizado el servicio militar el año anterior, en la Compañía «A» Tacuarí del Regimiento de Infantería Mecanizada 3 General Belgrano, en La Tablada. Al empezar la guerra se encontraba de licencia para cursar la universidad, pero decidió ofrecerse como voluntario para ir a la guerra tan pronto como se enviaron los comunicados.
La llegada a Puerto Argentino del Regimiento de Infantería Mecanizada 3 General Belgrano. Viajaron en un avión de Aerolíneas Argentinas sin asientos, cargando todo su armamento individual y los bolsos portaequipos.
Durante los primeros días en las islas, Cañoli fue asignado a las primeras posiciones de combate delante de Puerto Argentino, entre la costa y el pueblo, en la Isla Soledad. Se desempeñaba como radio operador del Pelotón Comando de la Sección Apoyo de su compañía. Desde allí escribió una carta a la familia Castellini, vecinos y amigos, con quienes podía sincerarse. En las cartas a su propia familia prefería tranquilizarlos.
Víctor (segundo en la fila) y sus compañeros en Puerto Argentino, a fines de mayo de 1982. Ese día los llevaron a la capital isleña para bañarse y tener un día de esparcimiento. Durante jornadas como esta, podían desplazarse todos juntos o en fracciones, como se observa en la fotografía tomada por Eduardo Rotondo.
Otra imagen tomada en Puerto Argentino. Cañoli es el primero de derecha a izquierda. Lo acompañan sus compañeros de la Compañía “A” Tacuarí. En el fondo se observa la torre de una iglesia británica.
La Iglesia de Santa María, en Puerto Argentino, cuya cúpula se observa en la imagen anterior. Es la única iglesia católica de la isla.
Un tiempo después, la compañía que integraba el soldado Cañoli fue desplazada hacia el sur, a las cercanías del Cerro Zapador y Moody Brooks. Los últimos días de la guerra tomaron posición en la ladera noroeste del cerro Tumbledown, para reforzar junto a otras unidades el cerco defensivo.
En la noche del 13 de junio, Cañoli y su compañía avanzaron contra las tropas británicas en apoyo al Regimiento 7, asistiendo con sus morteros y misiles hiloguiados. Quedaron aislados en el cerro, e incomunicados con el resto de la compañía. Nunca recibieron la orden de repliegue: combatieron hasta agotar las municiones. Ya era 14 de junio. No sabían que el gobernador militar de las islas, Luciano Benjamín Menéndez, había firmado la rendición y el cese de fuego. Con la intención de reorganizarse, durante el repliegue cayeron mortalmente heridos los soldados Andrés Aníbal Folch y Julio Rubén Cao.
Prisionero
Al terminar la batalla fue alojado en un galpón como prisionero de guerra. Desde allí lo trasladaron al buque británico Canberra, que lo regresó al continente, específicamente a Puerto Madryn.
Una imagen como prisionero. Es el tercero en la fila de la derecha. Marchaban hacia el buque Canberra
Al llegar al continente viajó a Campo de Mayo. Allí le ordenaron entregar sus uniformes y pertenencias, pero luego logró recuperarlas y todavía las conserva.
La campera con la que se abrigó en el cerro Tumbledown.
Conjunto de pantalones y chaleco.
Un entero que encontró en una estancia ocupada previamente por la marina británica. Le sirvió para abrigarse cuando nevaba y las temperaturas descendían bajo cero.
De vuelta en el continente, se recibió en 1987 como profesor nacional de Educación Física. Dos años más tarde se casó con Adriana Alicia Robledo, quien había sido su novia desde su regreso de Malvinas. Tuvieron dos hijos: Jonatan Ezequiel y Daiana Ayelén.
Víctor y su hijo. Jonatan Ezequiel nació el 10 de junio: el Día de la afirmación de los derechos argentinos sobre las Islas Malvinas.
Adriana junto a su segunda hija, Daiana Ayelén.
Víctor vive en Ramos Mejía, barrio del partido de La Matanza en la provincia de Buenos Aires. Es el autor de “Por haberte conocido”, el libro donde plasmó su experiencia en la guerra.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.