Indudablemente al margen de un determinado territorio de convivencia, hay múltiples factores que se conjugan para conformar una barra o un grupo de amigos en la infancia.
Podría extenderme largamente sobre las múltiples virtudes que enaltecieron a aquel grupo de maravillosos pibes y que seguramente minimizaran los defectos personales y grupales que también teníamos.
De esas virtudes, hay dos que nos permitieron fortalecernos e integrarnos plenamente, la lealtad y la solidaridad. A partir de ellas, ninguno podía sentirse traicionado o desprotegido, podías vivir con mayor o menor intensidad la relación, según la personalidad de cada uno, pero el sentido de pertenencia era vívido, pleno y reconfortante.
Ese espíritu grupal, los transmitíamos cabalmente cuando jugábamos al fútbol, por ello y sin grandes figuras, siempre fuimos en las distintas categorías, equipos difíciles de doblegar. Por eso y por muchos otros motivos la historia de nuestra barra, estuvo estrechamente ligada con el más popular de los deportes.
En el año 1943 el Club Deportivo Sarmiento, organizó el primer campeonato de Baby Fútbol con luz artificial. La cancha estaba asentada en un terreno propiedad del Sr. Orsoni, sobre la Avenida Rodolfo Dunckler, situado entre la Carnicería “La Negra” (actual Heladería de Marita Chiaro) y la casa de la familia Zubizarreta (hoy vivienda de la familia Duhalde).
De los que yo recuerdo, el primer campeonato de fútbol infantil que presencié e inclusive jugué, fue por el año l957, en una canchita que se construyó precariamente, dentro del campo de juego del Parque “Greene”. Más precisamente en el rincón, que conformarían las calles 9 de Julio y La Rioja.
Representábamos a “Autoar” la Agencia de Automóviles de Don Enrique Treachi, que estaba situada en la Avenida Dunckler y 9 de Julio; donde casualmente años después funcionaría la Perfumería de mi mamá, y donde hoy funciona una heladería.
El equipo lo habían armado Don Enrique y su cuñado Don Alfredo Martínez; integraban ese equipo entre otros, Daniel Berazategui, “Juanchi” De Biasi, Oscar Treachi, Alfredito Martínez, Víctor Pacelli, “Cacho Mainini y dos chicos Perviu y Basano, cuyos nombres hoy no recuerdo. Realmente yo jugué muy poco, y la única vez que integré el equipo de entrada, fue cuando Don Enrique se fue de vacaciones, Don Alfredo a la cosecha y quedó mi papá para dirigir al equipo.
Salimos campeones y aún conservo aquella camisetita azul con la inscripción “Autoar” en el pecho.
Poco después ese grupo de chicos conformarían juntos a otros amigos el Barrio “9 de Julio” y fueron nuestros rivales futbolísticos más acérrimos.
En el verano 1959-1960 el Club Sarmiento, inaugura su cancha de Baby, en la intersección de 9 de Julio y Jujuy. Fue el momento propicio para que nuestro barrio estuviera representado en la categoría menor, la de los “cebollitas”, menores de 10 años.
Don Leonardo Sbravatti, se encargó de armar el equipo, con la colaboración del “Chiquito” Paesani, por supuesto que representábamos a la Bicicletería y utilizamos la camiseta de River, por las profundas simpatías del recordado “Gringo” y su secretario, con los millonarios.
Si bien la mayoría era del barrio, Pedro Dotta, “Macú” Ilariuzzi, el “Negro” Bossio, el “Lalo” Cruz, el “Gringo” Giangrossi y yo, más “Gambetita” López (cuya familia se había hecho cargo de la Panadería “San Martín), completamos el equipo con Jesús Milici y Daniel Reta, que si bien no eran del barrio por razones territoriales, lo eran por la gran afinidad que tenían con nosotros y con “Marito” Caiazza, quien prácticamente era del barrio, ya que vivía a apenas una cuadra y media de nuestra esquina de Belgrano y Alberdi, pero que normalmente no estaba consustanciado con nuestras vivencias y tenía otros ámbitos de juegos.
“Tapioca”, el “Pilo”, el “Nego” y Jorge, por razones de edad, jugaban en categorías mayores, para otros equipos, pero nos acompañaban en la preparación y eran los hinchas más fanatizados que teníamos, junto a nuestras respectivas familias
El campeonato lo organizaba el Dr. Andrés García Areces y un grupo de colaboradores. Era muy elástico en la conformación de los planteles para que todos pudieran jugar, procurando la paridad de fuerzas. Permitía, por ejemplo, si venía algún chico forastero de paseo a Vedia, que pudiera jugar en algún equipo de su edad.
Pero también a veces ponía restricciones, como en mi caso, ya que pese a estar habilitado por edad, me dejaba jugar en esa categoría solamente si atajaba, dándome total libertad para jugar en cualquier puesto en la categoría siguiente. Así que forzosamente fui el arquero de ese equipo.
El Dr. García Areces, también tenía su equipo y se denominaba “Tiradientes”, que era nuestro rival más fuerte. Y justamente contra este equipo hay un recuerdo inolvidable.
Vino un pibe de paseo a Vedia y el entrañable y muy querido Doctor, lo invitó a jugar en su equipo, ya que al parecer jugaba muy bien. Efectivamente en unos partidos de prácticas conformó las expectativas y se aprestaba a debutar contra nosotros. Sus padres lo habían dejado una temporada con una tía, que lo autorizó a jugar ya que estaba por medio el pedido del mencionado profesional.
La noche del partido, antes de salir para la cancha, su tía le dio las recomendaciones propias de toda mujer…
- Pórtate bien y ¡ojito con agarrar la pelota con las manos! –
Lo que ignoraba esta buena mujer, que el pibe iba a jugar esa noche de ¡arquero! Desconociendo esas directivas, nosotros no entendíamos nada. Pensábamos que el pibe se había vuelto loco, ya que rechazaba la pelota de cabeza; volaba de un palo a otro para sacarla con el pecho, la panza, las piernas o los pies, pero minga de agarrarla con sus manos. Indudablemente el chico era muy obediente, pero el esfuerzo fue infructuoso, ya que a los pocos minutos ganábamos 4 a 0. Se vieron obligados a cambiarlo y ponerlo al centro. Volvió todo a la normalidad, pero la diferencia ya era irremontable.
Habíamos ganado todos los partidos y ya éramos prácticamente campeones: cuando nos toco enfrentar nuevamente a “Tiradientes”. Ya no estaba el pibe aquel, pero se habia incorporado por esa noche, otro forastero; más precisamente un “porteñito”. Nosotros con el plantel inalterable, encaramos con las mismas ganas de siempre el nuevo compromiso.
Realmente nos llevamos una sorpresa devastadora, ese chico jugaba un montón y realmente era imparable. No le podían sacar la pelota, y arrancara de donde arrancara siempre llegaba a nuestro arco. Varias pude atajar, pero igualmente perdíamos 3 a 0. Pedro tuvo la oportunidad de descontar con un penal, pero le pegó semejante puntinazo, que la pelota pasó sobre el travesaño y la hizo inhallable en la oscuridad. Yo era toda impotencia y pedía que me dejaran jugar al centro, pero no me dejaban. La goleada era inminente, así que, en el siguiente avance del hábil forastero, nos pusimos de acuerdo con Pedrito (que aún estaba caliente por el penal errado), y lo agarramos entre los dos afuera del área. Fue alevoso, pero beneficioso para nuestro equipo. Lo sacaron llorando y a nosotros nos pegaron flor de reto. Nos salvamos de la goleada, pero igualmente caímos derrotados 3 a 1. Terminó el partido, perdido el invicto, me senté en uno de los postes y me puse desconsoladamente a llorar. Lo ignoraba en esos momentos, pero con el transcurrir de los años, descubriría que ese fue el primer vestigio, de una constante en mí vida no saber perder.
Igual fuimos campeones y lo festejamos ruidosamente con un asado en el patio del inolvidable “Gringo”. Recibimos medallas por el logro, yo atesoro aún la mía y la guardo con un cariño muy, muy especial.
Como ya lo manifestara anteriormente, también tuve posibilidades de jugar en la categoría mayor, denominada “medianos”, no integraba un equipo fijo, sino que jugaba en el que le faltaban jugadores para completar los siete que lo integraban. Así jugué algunos partidos en el equipo de “9 de Julio” que a la postre fue el campeón.
Una noche concurrí a la cancha, sin tener previsto jugar. Por eso estaba con zapatos, pantalón y remera como un espectador más. Cuando estaba por jugar la categoría medianos, Alejandro Fahiez que tenía un equipo denominado Mercado “San Martín”, me pidió que atajara para ellos, ya que le faltaba el arquero. No me hice el rogado y así como estaba encaré el arco. Justamente se enfrentaban el primero y casi campeón “9 de Julio” con el último el equipo que yo integraría.
Realmente esa noche estaba inspirado, y pese al dominio total de nuestros ocasionales rivales, no me podían hacer un gol. Primero por miedo a estropear la ropa que tenía para salir, me cuide un poco, pero con el transcurrir del partido, me olvide y me revolcaba como un loco. El partido iba para un inexorable 0 a 0, pero a poco de su finalización penal para “9 de Julio”. Emoción en la cancha, la gente había tomado partido por el equipo más débil y todos estaban pendientes de lo que se venía.
El ejecutante del penal era Víctor Pacelli, que tomó carrera casi de la media cancha, yo lo esperaba agazapado en el centro del arco, sin moverme de la raya, como marcaba el reglamento. Vino el furibundo y característico puntinazo del Víctor, directo a donde estaba yo. Me dio en la boca del estomago y la alcance a retener. Sentí el griterío de la gente y después no me pude sostener más sobre mis pies. Con efecto retardado (como los golpes del “Roña” Castro en la zona hepática), me fui cayendo para atrás, sin soltar la pelota. Quede dentro del arco, sin aire, muy dolorido y en la misma posición, que había recibido al fútbol. Fue un gol en cámara lenta, el famoso gol de “meter al arquero, con pelota y todo dentro del arco” . Tardé en recuperarme, pero terminé el partido. De héroe casi pase a villano. Pero lo peor me esperaba en mi casa, cuando vieron como quedó la ropa de salir.
Esa canchita tuvo una historia muy breve, ya que al iluminarse en el año l961 el campo de juego del Parque “Greene”, una columna de alumbrado con su respectiva base, se instaló dentro de su terreno, impidiendo la organización de nuevos campeonatos.
Por esos años comenzaron, los torneos de Babys en el Club Social y Deportivo Atlanta, que aún prosiguen con singular éxito; pero esa es otra historia.
Juan Carlos Cambursano
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