Realmente nunca pude determinar los motivos y cómo se iniciaba la implementación de la moda de un determinado juego en los años de nuestra infancia. La novedad nacía en un barrio y rápidamente todos los chicos del pueblo estábamos metidos de lleno en ese entretenimiento.
Indudablemente había juegos inducidos comercialmente, por ejemplo, las figuritas, pero eran los mismos pibes quienes le daban la trascendencia necesaria para que tomara el auge y la masividad que los vendedores procuraban. Por ello se podía dar el fracaso de un tipo de figuritas sofisticadas y de alta calidad porque no encontraban buena acogida en los chicos y por el contrario otras de menos preponderancia alcanzaban un éxito comercial impensado. Sin lugar a dudas las dedicadas al deporte y al fútbol en especial, rara vez fracasaban.
Si bien las primeras figuritas que conocíamos fueron las de “chapita”; en nuestra época con el advenimiento de los álbumes, tomaron plena vigencia las confeccionadas en cartón.
Jugar a las “tapaditas”, que consistía en dejar caer de una altura determinada las figuritas al piso y procurar tapar total o parcialmente las del contrincante, para adueñarte de esa o todas las figuritas en juego, según lo previamente acordado, tenía muchos adeptos e incluso en oportunidades al rivalizar entre cuatro y hasta cinco pibes, las figuritas en disputa eran muchas y con ello la emoción aún más intensa.
Pero realmente el verdadero furor, era llenar el álbum y poder ganarse las pelotas de cuero, número cinco (generalmente ordinarias) con que se premiaban a los que alcanzaban tan complicado logro. Por ello moneda que andaba suelta en la casa, estaba destinada a adquirir los sobrecitos, que tantas expectativas despertaban, en procura de hallar las difíciles.
El procedimiento de abrir el paquete y ojear lentamente las figuritas que nos había tocado en suerte, era sumamente excitante y extendíamos esos momentos lo máximo posible, en procura de la buena fortuna. Lamentablemente por lo general, la frustración acompañaba las intentonas, pero ello no era impedimento para seguir intentándolo ardorosamente.
Funcionaba el mercado del canje y también las sociedades. En este último caso si lograban completar el álbum, venía la complicación con la posterior utilización de la pelota y en que casa quedaba. Sin dudas si amen de socios, eran amigos, todo resultaba menos complicado.
Algunas personas mayores también se entusiasmaban con el llenado de los álbumes, aunque por lógica para no pasar papelones, nos mandaban a nosotros a comprarlas. Realmente nos peleábamos para hacer este tipo de favores, ya que a cambio nos regalaban las figuritas que no les servían.
En alguna oportunidad se premiaba con una bicicleta el llenado de los álbumes, pero prácticamente era imposible lograrlo. De allí que aprendimos a desconfiar y cuando mayores los premios, menos adicción despertaba esa tirada de figuritas, sabedores de la casi imposibilidad de completarlos.
Se dio el caso extraordinario de pibes, que llenaron íntegramente sus álbumes y prefirieron no cambiarlos por la pelota de cuero, ya que valorizaban afectivamente más importante la colección de figuritas, que el premio en cuestión.
Algunos chicos –generalmente ayudados por sus hermanas mayores o por su madre- tenían sus álbumes sumamente prolijos y pulcros, con cada figurita en su lugar exacto; en cambio la mayoría los teníamos pegoteados, con las figuritas chingadas, corridas del redondel o del rectángulo correspondiente y con alguna mancha, de mate cocido o de dulce de leche, originada en alguna merienda apresurada.
En relación a las figuritas y a las sociedades, pese a que afortunadamente soy proclive a retener los buenos momentos vividos, voy a desgranar una pequeña historia que no me trae un grato recuerdo precisamente, no obstante, ello vale refrescarla – sin rencor alguno lo aclaro- para darle un matiz distinto a estos relatos y poner de manifiesto, que también en aquellos lindos años, había pibes que se equivocaban.
No era de la barra y tampoco era amigo, era simplemente un compañero de grado en la escuela. Me pidió que fuéramos socios en el llenado del álbum de figuritas. Me sorprendió el requerimiento y en un primer momento me negué. Pero fue tanta su insistencia que tontamente acepté. De entrada, fue una sociedad totalmente despareja, ya que fui el que aporté la mayoría de las figuritas. No solo adquiriéndolas, sino preocupándome en realizar canjes para ir consiguiendo las que faltaban.
Tuve la suerte de sacar a Néstor Rossi, que era una de las dos más difíciles. La otra era Pelé.
Pasaban los días y Edsón Arantes no aparecía. Solamente dos o tres pibes habían llenado los álbumes, a algunos nos faltaba Pelé y a otros el “Narigón” Rossi.
Imprevistamente otro compañero de grado, sacó a Pelé. Este buen pibe (al que yo le había puesto el sobrenombre de Ohata) fue muy afortunado, ya que por su precaria situación económica tenía otras prioridades y muy pocas veces tenía oportunidad de comprar figuritas. De golpe y porrazo se encontró en el centro de la escena y recibió distintos tipos de ofertas por la figurita, del que era en ese momento el mejor jugador de fútbol del mundo.
Comenté su suerte en mi casa y mi papá, sabiendo que llenaba el álbum con esa figurita y con ello obtenía la pelota de cuero, me dijo que le ofertara una suma aproximada equivalente al 20 por ciento del valor del fútbol (es decir a precios actuales si una pelota valdría 100 pesos, le estaba ofreciendo 20 pesos). Realmente era un buen negocio para ambas partes, ya que al pibe le había costado la figurita una mínima cantidad de centavos y no tenía en vista llenar el álbum; en tanto que yo en una suma mucho menor que en plaza, obtenía una pelota número cinco de cuero.
Hicimos la transacción y me di el lujo en plena infancia, de comprar a Pelé por una suma realmente insignificante.
Debo ser sincero, omití referirle a mi papá lo de la sociedad con mi compañero de aula, sino seguramente no hubiera accedido a comprarme la figurita en cuestión.
Todo era perfecto, con Pelé en mis manos, fui a buscar al álbum para pegar el tan deseado cartoncito y después completo entregarlo en el quiosco Avenida de “Cachito” Lafarge, luego había que esperar una semana y recibir por fin la pelota de cuero número cinco. Ya me veía jugando con ella y me prometía que la cuidaría muchísimo, no jugaría en el asfalto y todos los días después de los partidos la engrasaría.
Pero lamentablemente ocurrió lo impensado, el álbum había desaparecido. Lo busque por todos los lugares posibles y no estaba. Totalmente desesperado revise una y otra vez esos sitios infructuosamente. Me ayudo mi mamá en la búsqueda y el resultado fue el mismo; aunque me acotó un dato esclarecedor, en mi ausencia había estado en el interior de mi casa, el pibe con el que tenía en sociedad el álbum que me faltaba.
No lo podía creer, ni lo entendía. Me fui en bicicleta a su casa, para ver que sacaba en claro. Del álbum dijo no saber nada, cuando le conté de la compra de la figurita de Pelé, se agarró el cabeza totalmente sorprendido. Por el nerviosismo que irradiaba y su comportamiento culposo, me di cuenta que él tenía claramente que ver con la desaparición del álbum.
Insistí de buenas y malas maneras, pero se mantenía en la misma postura. Titubeaba, no mostraba firmeza, pero seguía negando conocer pormenores sobre lo acontecido con nuestra colección de figuritas. En un momento dado, me descontrolé, lo agarré del cogote y cuando se venía la trompada, logro escabullirse y se metió corriendo en el interior de su casa.
Volví a mi casa dolorido y desconcertado; realmente no entendía en que lo beneficiaba la tan evidente deslealtad urdida.
Al llegar a mi casa, mi mamá, que había seguido buscando el álbum me estaba esperando para entregármelo, lo había hallado, oculto debajo de una estantería de la peluquería de mi viejo.
Feliz, pero aún más desconcertado, me puse a ojearlo y en ese momento comprendí todo…
Me faltaba Néstor Rossi. Me habían despegado la figurita, dejándome sin una de las dos más preciadas. Ello también significaba que me había quedado definitivamente, sin la tan anhelada pelota de cuero, número cinco.
Lleno de impotencia, solo me faltaba saber que destino le había dado mi socio a la figurita que representaba al ex jugador de River, Huracán y la selección argentina. No pasó mucho tiempo. Ese mismo día al anochecer apareció un nuevo afortunado, que había completado la tan mentada colección.
Era una persona mayor, del mismo barrio del pérfido y según lo que manifestaba, le había comprado a éste la figurita de Néstor Rossi por una suma ínfima. Por supuesto que este hombre, ignoraba la procedencia de la figurita y de la sociedad que yo tenía con el pibe aquel.
Si bien todo esto me había causado una pesadumbre inédita; sentía aún un dolor más intenso por que había defraudado la confianza de mi papá. Debía enfrentar la situación y atenerme a las consecuencias.
Cuando mi padre terminó de atender al último cliente, me decidí y le fui a contar todo detalladamente. Se sentó en el sillón de la peluquería y escuchó mi relato. Por supuesto que intercale en la narración, por el nerviosismo, la culpa, el dolor y la impotencia, lágrimas poco varoniles; pero, para mí era prácticamente el fin del mundo.
Con la cabeza gacha, esperé las palabras del hombre que, sin lugar a dudas, más he amado en mi vida…
- Decime, ¿ese pibe era tú amigo? – me preguntó, sorprendentemente sereno.
- ¡No!, solamente somos compañeros de escuela – respondí enfáticamente, pero muy intrigado, por la pregunta que me hacía.
- Bueno, entonces no te hagas problemas – hizo una pausa, para seguidamente agregar con cierto grado de emotividad – te tiene que doler cuando te traiciona un amigo o una persona que quieras mucho –.
Lo miré en silencio, invitándolo a que siguiera…
- No quiero que tomes represalias con él, ni salgas a alcahuetear por ahí, lo que pasó- y ante mi mirada expectante agregó – ya demostró lo que es, tú indiferencia va a hacer su peor castigo, y vas a ver que tarde o temprano se hace justicia –
Yo, que había pensado la mil y una forma de vengarme, quedé totalmente aturdido, ante semejante imposición.
- ¡Ahh!, otra cosa – me dijo serio.
Lo mire expectante y en tono imperativo me señaló…
- ¡Otra vez que me ocultes las cosas, te voy a borrar la raya del culo a patadas! ¡Estamos!…
Asentí, sin decir una palabra, había sido muy explicito.
Al otro día en la escuela sufrí una enormidad al ver a mí ya ex socio, me moría de ganas de decirle lo que pensaba de él y por otro lado tenía deseos irrefrenables de agarrarlo a trompadas. Pero, obedecí a mí papá y no tomé ninguna actitud belicosa.
Él por supuesto me rehuía y se lo notaba abochornado, más aún teniendo en cuenta, que, pese a que yo no había ventilado la situación, la mayoría de nuestros compañeros, de una manera ú otras conocían los pormenores.
Acatar la decisión paterna, también me traía el sinsabor de parecer ante todos como un timorato, al no tomar las represalias que legítimamente me correspondían.
A él, realmente le duró muy poco la vergüenza, ya que, a los pocos días, actuaba como si nada. A mí la bronca me continuaba intacta, para colmo este pibe ni al fútbol jugaba. Si se hubiera dado la posibilidad de enfrentarlo dentro de una cancha otras habrían sido mis posibilidades, sin vulnerar el compromiso asumido con mi viejo.
Eso si, no volvió más por mí casa, para reclamar sus derechos sobre el álbum.
Gracias a la alta cotización de Pelé, pude armar otra sociedad y conseguir a medias con otro chico, la tan anhelada pelota de cuero, número cinco.
Habrían pasado tres o cuatro meses de aquellos aciagos sucesos y aún en época escolar, se produjo un nuevo incidente con aquel pibe.
En plena hora de clase, uno de mis compañeros – en este caso también amigo- se fue a levantar de su banco. Arteramente mi ex socio corrió una de las hojas de hierro de las amplias ventanas que tienen los salones de la Escuela nº1, haciendo que se golpeara fuertemente con ella. Inmediatamente la maestra auxilio al golpeado, verificando que sangraba de la lastimadura que le había producido el golpe.
La docente se llevó al lastimado para hacerlo atender e increíblemente, apenas abandonaron el salón, el autor de la cobarde acción, se puso a reír festejando su temible ocurrencia.
El antiguo rencor, la solapada maniobra y la inaudita jactancia fueron mucho para mí. Me levanté como un rayo, furioso y descontrolado, le llené la cara a trompadas en un santiamén, sin dejarlo reaccionar en ningún momento.
Me separaron los otros chicos y volví a mi banco. Me había sacado un peso de encima. No me preocupaban las posibles represalias de la maestra y el regreso a la Dirección, ya que conociéndolo sabía que presentaría sus quejas a la señorita. Era una sensación rara, aún temblaba por la intensidad del momento vivido, pero por otro lado sentía un alivio placentero.
Por las piñas recibidas y el apoyo generalizado que había generado mi actitud (hasta las chicas aprobaron mi accionar, pese a que no eran adictas a la violencia), mi antiguo socio tenía la cara colorada y los ojos bien llorosos.
Volvió la maestra con mi amigo ya recuperado. Este tenía una visible marca en su cuero cabelludo, pero se lo veía bien.
La docente encaró derecho al lugar donde estaba sentado el autor de esa lastimadura. Cuando el reto que se venía parecía que sería severísimo, advirtió las lágrimas en el rostro del pibe, ello la contuvo.
- Ah, veo que estás arrepentido, por lo que has hecho – le dijo, pensando que el desolado rostro del chico, provenían por un alto sentimiento de desasosiego por la alevosa actitud asumida minutos antes.
Viendo que la cosa venía mal para él, poniendo cara de compungido, asintió con la cabeza, olvidándose de los golpes recibidos.
El reto fue llevadero y finalizó, cuando la docente lo obligó a pedirle disculpas al lesionado. Yo milagrosamente, salí indemne del entrevero, ya que muy a pesar suyo, no pudo alcahuetear a la maestra de las trompadas padecidas.
Este pibe, como tantos otros, se fue de Vedia, en procura de otros horizontes más propicios. Volvió hace unos pocos años, inició un emprendimiento comercial, no le fue bien y nuevamente abandonó su terruño al parecer definitivamente.
En su estada en Vedia mantuvimos una cordial relación. Antes de irse como una alternativa para quedarse, sondeó la posibilidad de trabajar conmigo.
Realmente no tenía posibilidades laborales para brindarle, pero si las hubieras tenido, rencor no, pero olvido jamás…
Juan Carlos Cambursano
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