Un relato publicado en el periódico “La Nueva Voz”, en el marco de las anécdotas de “Tapioca”-Recuerdos de una infancia feliz- de los años 2007-2008.
Como ya señalara en anteriores narraciones, en nuestro barrio prácticamente no jugábamos con las chicas, salvo en cumpleaños ú otros acontecimientos familiares. Uno de los motivos era que nuestras actividades lúdicas no eran recomendables para el sexo débil, otra causal era el encasillamiento como “mariquita” si te veían jugar con ellas y el otro es que no abundaban las pibas de nuestra edad, ya que eran o bien mayores o muy purretas.
En el caso de “Tapioca”, tenía una hermana mayor Elsa, que nada que ver con la conducta de su afamado hermanito. El “Nego” dos bellas hermanas mayores “Lita” y Olga, ya casamenteras. Jorge a su vez, a “Pelusa” como primogénita de los Ponce de León. El “Pilo” y el “Lalo” tenían una hermana mucho menor; en tanto que, en el caso de Juan José, su hermanita María Lidia, aún no había nacido. Raúl, también tenía sus hermanas mayores Maité y Silvia. Esta última – por la que suspiraban varios- realmente tenía edad para jugar con los mayores de nuestra barra, pero conociendo los antecedentes poco recomendables de nuestros lideres, obviaba sabiamente estas cuestiones, eligiendo otros amigos o amigas de conducta más juiciosa para entretenerse. El “Negro” y “Pedrito” tenían las ventajas y desventajas de ser hijos únicos. Emilio tenía hermanas mayores y menores, pero él no vivía en el barrio, se había aquerenciado a nuestro grupo para compartir sus vivencias, pero no teníamos contacto fluido con el resto de su familia. Eduardo también tenía una hermana mucho menor, y Emilito, aún no tenía a su hermano y hermanas más chicas.
En mi caso, mi hermana Mirta, fue mi fiel compinche de mil travesuras hogareñas, tuvimos y tenemos una relación excepcionalmente buena, pero por razones de sexo y edad, prácticamente nunca participo de los juegos y de las contiendas de la barra. Participaba sí, cuando jugábamos los más chicos en el patio de mí casa o en el de nuestros vecinos los Mostaffa.
Las amiguitas de mí hermana eran Mabel y Emilce, que vivían sobre la Avenida Dunckler. La primera residía con su familia, en la vivienda vecina al Cine Teatro Italiano, que actualmente ocupa la familia Ipucha, en tanto que la segunda lo hacía en la actual Mercería Villanueva.
Ellas también fueron mis amigas y compañeras de juego, aunque para evitar las cargadas del resto de los pibes, no lo hacía en forma muy visible. Eran el día y la noche, Mabel, aunque tenía su carácter, era sosegada, responsable, apegada a los juegos tranquilos, sin sobresaltos; en cambio Emilce, bien pudo haber sido parte de nuestra barra, ya que era inquieta, picara, traviesa, competidora en cualquier juego y se hacía respetar en el momento de la discusión o de la pelea. Las dos fueron extremadamente buenas conmigo y guardo el mejor de mis sentimientos hacía ellas.
Otro de los pibes, que, sin ser del barrio, era parte de nuestra barra era Jesús Milici. Compartía nuestros juegos y aventuras diurnas, no así las historias nocturnas, ya que vivía a varias cuadras de nuestro centro de operaciones. Aunque en el verano y cuando paraba en la casa de su primo Vicente Lavella, también extendía a la noche sus horas de divertimento junto a nosotros.
Tenía mucha afinidad con Jesús, nos unía un profundo sentimiento sarmientista y una pasión desmesurada por todo lo que significaba deporte. Febril lector y escucha, era uno de los más docto en materia deportiva. Un año menor que yo, en aquellos años y después en la adolescencia tuvimos una excelente relación, éramos confidentes y muy unidos. Ya en la juventud al irse Jesús a estudiar, perdí contácto con él, no obstante, el afecto de mi parte permanece inalterable.
El prematuro fallecimiento de su mamá, cuando era aún muy chico, significó para todos los pibes, que los conocíamos un suceso tremendamente aciago y muy conflictivo emocionalmente. Tomamos real dimensión del significado de la muerte y la posibilidad insospechada hasta esos momentos de poder perder a nuestras madres. La sensación de desamparo que sintieron Jesús y su hermana, la compartimos plenamente con mucha zozobra y desorientación.
Una tarde jugábamos con Jesús, en las inmediaciones de la casa de su primo Vicente (actual domicilio de la familia Gabella-Armendariz). En un momento dado se nos acerca un albañil, que estaba realizando unas refacciones en la vivienda de la familia Abitbol (donde actualmente vive la Señora de Bengochea) advirtiéndonos que no nos subiéramos a un alto portón de alambre y caños, que habían sacado de la obra y que estaba apoyado precariamente sobre la pared de la casa, sin soporte alguno. No explicó pacientemente que, en caso de subirnos, era inminente la posibilidad de caernos y por lógica de lastimarnos.
Entendimos plenamente la prevención, alejándonos de lugar. Mientras nos entreteníamos pacíficamente mirando y leyendo a “El Gráfico”, advertimos como Emilce doblaba en la esquina de la Avenida Dunckler, para unirse a nosotros y proponernos seguramente algún juego.
Conociéndola, el sabio albañil a la pasada previno a nuestra amiga, sobre los inconvenientes de subirse al portón en cuestión, ingresando luego a la vivienda para proseguir con su trabajo.
Como si la advertencia no hubiera existido e ignorando que nosotros ya habíamos sido aleccionados sobre el tema, Emilce nos llamó al lugar.
Ya reunidos, comenzó una persistente tarea de convencimiento tendiente a lograr que uno de los dos subiéramos al portón en cuestión; omitiendo por supuesto señalar, del peligro que acarrearía acceder a esas alturas.
- Él que sube a la punta del portón, ¡es el más valiente de Vedia! – nos decía.
- ¿Quién es el más corajudo de mis amigos? y se atreve a escalar este portón- nos instaba vehementemente.
- ¡Suban! Y miren lo lejos que se ve desde allá arriba – persistía.
Nosotros permanecíamos impasibles y ella continuaba…
- Demuestren que no son cagones y ¡súbanse! – exclamaba ya impaciente.
- ¿No les da vergüenza ser cobardes?, nos preguntaba y al no tener éxito proseguía…
- El valiente será el rey y yo su reina – apremiaba enfáticamente.
- El que se atreva a subir, como premio el día de mañana se casara conmigo y ¡tendremos muchos hijos! – remarcaba, poniendo en juego toda su seducción.
Pero no había caso, fracasaba una y otra vez con su intentona. Le pregunté socarronamente…
– ¿Por qué no subís vos? –
Pero rápida de reflejos, respondió…
- ¡No! Por qué, estoy con vestido y Uds. me van a ver la bombacha – y en verdad, tenía razón.
Ya estaba empacada, porque no admitía fracasar, en sus intentos de convencernos. Se había cruzado de brazos, pensando que hacer para lograr tentarnos a cumplir sus deseos.
En esos momentos salió nuevamente el albañil, para asegurarse que estaba todo bien, con nosotros y el portón. Con el clásico ¡ojito! nos recordó el peligro, que significaba subirse al mismo, ingresando inmediatamente para continuar con su trabajo.
Ahí comprendió Emilce el origen de sus frustradas intentonas, también Jesús y yo, conocíamos los riesgos que asumiríamos de treparnos al portón.
Cuando parecía que, para nuestra amiga, no había más esperanza, imprevistamente y también proveniente de la Avenida Dunckler apareció Oscarcito.
Los padres de este pibe, eran parientes de la familia Sánchez, y socios en la explotación de la pizzería ubicada justamente en la arteria más importante de Vedia, donde la Sra. Leolinda Sánchez tiene actualmente locales comerciales en alquiler.
Provenían de la zona de El Dorado y no hacía mucho que se habían radicado en nuestro medio.
Lo vio y a Emilce se le iluminaron los ojos.
- ¡Vení Oscarcito! Vos que sos valiente, subí a la punta del portón y demuestra que no tenés miedo como estos cagones, que no se animan- le dijo terminante.
El chico quedó sorprendido por tan imprevisto requerimiento a la par que nosotros le advertíamos lo que nos había dicho el albañil. Pero Emilce decidida e impulsiva, interrumpía lo que le decíamos, prosiguiendo con su alto poder de convencimiento.
- No le des bolilla a estos mariquitas y demostrá tú coraje sin igual – le reclamaba.
Oscarcito, no era ningún boludo y dudaba en acceder al pedido de nuestra amiga. Pero Emilce era tan insistente y convincente que era muy difícil decirle que nó y aún más dificultoso cuando le sobo su orgullo.
- Subí y por tú valor, vas a ser el caudillo de este barrio- esta conquista para un recién llegado a Vedia era demasiado tentador.
Pese a nuestro tenue esfuerzo para que no lo hiciera, Oscarcito se decidió a encarar la temeraria proeza, para quedar bien con nuestra tenaz amiguita y ganar predicamento en la barriada.
Comenzó a encaramarse en el portón, al principio dudando, pero después con mayor decisión, más aún al contar con el aliento de Emilce, que le exigía…
– ¡Más arriba! ¡Más arriba! – a la par que pegaba saltitos, totalmente excitada.
Al llegar a la punta del portón existían, tres posibilidades. La primera que no pasara nada, la segunda que se desplazara hacia delante con lo que su cara sería seguramente su paragolpes y la tercera que se cayera hacia atrás, quedando debajo del portón.
Llegó a la cima y no pasó nada. Fue un alivio para Jesús y para mí; y una desilusión para Emilce. Pero nuestra persistente compañera de juegos, no se iba a quedar con eso e instó…
- ¡Muy bien Oscarcito! ¡Ahora saluda en señal de triunfo! –
Totalmente confiado separó una mano del portón y elevo su puño al aire en señal inequívoca del éxito alcanzado. Fue su perdición…
Aconteció la tercera posibilidad. Fue todo extremadamente rápido. Un grito que duró un instante y después un ruido escalofriante. Solo atinó a anteponer el brazo que tenía suelto para atenuar la caída.
Gritaba como un marrano debajo del portón. Emilce desapareció en un santiamén. Salió el albañil y no sabía si cagarnos a patadas o auxiliar a la víctima.
Oscarcito sufrió varios magullones y se fracturó el brazo que utilizo para amortiguar el golpe. Se armó un despelote singular. Los padres y algún vecino se la habían agarrado con el pobre albañil por su negligencia y lo querían trompear. El obrero de la construcción acosado pregonaba su inocencia, culpándonos por el accidente; nosotros dábamos la verídica versión de los sucesos, pero nadie nos creía y Emilce no asomaba ni la nariz de su casa, ajena por completo al incidente que había ocasionado.
Si bien el albañil había cumplido con la prevención oral para evitar el accidente, creo que debió haber efectivizado algún tipo de acción práctica para que no se produjera, más aún teniendo en cuenta que había chicos jugando en las inmediaciones.
Oscarcito estuvo enyesado por un largo tiempo y hoy sería una replica de Robocop en miniatura. Al poco tiempo se mudaron con su familia a la ciudad de Junín, no se si a buscar otras posibilidades laborales o para resguardar su integridad física.
Pasaron alrededor de veinte años y me volví a encontrar con Oscar. Lo atendí en Junín, por un trámite, por los datos que aportó yo lo reconocí inmediatamente, él a mí para nada. Al finalizar y antes de extenderle la constancia que había ido a buscar, le dije que primeramente debía requerir sus antecedentes. Me miró extrañado y no dijo nada. Tomé un bibliorato cualquiera, hice que leía y le dije…
- Así que Ud. vivió primero en la zona rural de El Dorado y después en Vedia antes de radicarse en Junín-
Estaba totalmente sorprendido ante la veracidad de los datos que yo aportaba; y proseguí…
- Aquí dice, que en Vedia siendo pibe, a raíz de una caída sufrió la fractura de un brazo –
Asintió totalmente alelado, por la eficiencia informativa que le estaba demostrando.
Esperaba expectante que siguiera con el detalle de su vida, pero como no tenía otras circunstancias para aportar, me identifiqué y le expliqué de donde conocía los pormenores que le había referido. Nos reímos un buen rato juntos.
A los mediados de la década de los sesenta, Emilce, como tantas otras y otros chicos, también se fue de Vedia con su familia, en procura de un futuro más venturoso. Realmente sentí mucho su partida, ya que era una muy buena amiga, en la que se podía confiar plenamente Su vivacidad, su alegría, su desparpajo, fueron algunos de sus atributos para irradiar optimismo y felicidad a todos los que compartimos aquellos lindos tiempos con ella.
Sé que vive en el Gran Buenos Aires y era empleada del Banco Provincia de Buenos Aires. También que tuvo varios hijos, cumpliendo así con una de sus muletillas de la infancia.
De aquella pequeña historia vale reflexionar, que hay que desconfiar, cuando te prometen mucho y saber que el autor intelectual de todas las macanas, es siempre el primero que se borra.
Como ven generalizo, no soy machista, esas defecciones no son solo atributos de las mujeres, hay muchos hombres que cumplen acabadamente con estas premisas.
Juan Carlos Cambursano
Ricardo Scropanich dice
Hola Juan Carlos.
Excelente relato. Que apellido es Emilce? Creo recordarla Un abrazo