Nuestra infancia podría asegurar fue la última generación que se desarrollo sin la televisión. Ya en la década de los sesenta esta tecnología comienza a ganar espacio y cambia radicalmente las costumbres de la sociedad y por ende la de los pibes.
Por un hábito que venía de años, toda la actividad lúdica de los chicos se desarrollaba al aire libre. La frase “a jugar afuera” era una imposición de cada hogar, que nos permitía disfrutar con libertad y creatividad de nuestros juegos, sin la ingerencia de los mayores.
Para nuestros padres, al margen de no perturbar el orden y la tranquilidad de la casa, esta actividad exterior también les resultaba un beneficio extra, dado que el gran desgaste de energía que realizábamos, hacía que termináramos los días exhaustos, pacíficos, sin voluntad de seguir lidiando.
Pese a esta forma gozosa de aprovechar los días, la mágica radio que era sinónimo de estar en casa, de vida interior del hogar, fue un pasatiempo enriquecedor que cumplió un rol preponderante en nuestra formación cultural.
En estos años gracias a la televisión, todo se puede ver, nosotros con la ayuda de la radio nos imaginábamos también prácticamente todo. En muchos casos la imaginación superaba a la realidad, pero en otras las circunstancias superaron ampliamente a nuestra febril imaginación.
El poder de las imágenes, empequeñeció la majestuosidad de las palabras; la crudeza del vivo y en directo denostó a aquellos relatos que iluminaban nuestra imaginación y nos llenaban el alma de fantasías.
Claro, que este apego a la radio no era generalizado. Había varios (Tapioca, el “Nego”, Raúl, Pedro, entre otros) que eran tan inquietos, que les resultaba prácticamente imposible tolerar la pasividad de sentarse a escuchar un partido de fútbol o cualquier otro tipo de programas.
Menos en tamaño pequeño, había aparatos de radio de todo grandor y algunos eran verdaderos armatostes imposibles de trasladarlos de un lado a otro de la vivienda. A raíz de ello permanecían por años en el mismo lugar; por lo que su parte posterior, amen de ser propicia para juntar tela de arañas, servía para esconder dinero u otros efectos de valor.
En lo que respecta a mi casa, no recuerdo en esos años la adquisición de una radio nueva, pero afortunadamente pese a que eran bien traqueteadas, siempre hubo más de un aparato en funcionamiento. Mi papá –entre otras tantas cosas- también se dedicaba a los arreglos de los desperfectos más sencillos que presentaban estos receptores, ya que había realizado un curso relámpago de reparación. Por eso, entre propias y ajenas siempre había distintas radios en uso. Cuando las averías le resultaban insolucionables, las derivaba a “Casa Neo” ya que los Hermanos Bracco eran expertos en la materia.
Un receptor siempre estaba en la peluquería, para que los clientes, mientras esperaban turno, escucharan por lógica música ciudadana. Los sábados, variaba la programación ya que se palpitaban los partidos de 1º División B.
La otra radio rondaba por la cocina, el zaguán o el dormitorio, según quien la estuviera utilizando.
En esa época de chiquilín había dos audiciones que disfrutaba mucho escuchar, no en si por su contenido, si no por la ceremonia de compartirlo con la familia y percibir como ellos se regocijaban al oírlas. Por Radio “El Mundo” a las 20 hrs. había una cita impostergable…una cita con la juventud triunfadora: “El Glostora Tango Club”, con orquestas típicas en vivo (Alfredo De Ángelis, Héctor Varela, Juan D’Arienzo, Ricardo Tanturi, Francisco Canaro, entre otros ) que compartía con mí papá en la Peluquería; y después con mi mamá y mi abuela en la cocina escuchábamos “Los Pérez García” , auspiciado por “Pildoritas Ross”, chiquitas pero cumplidoras y Leche de Magnesia Philips.
En el primero de ellos, me gustaba ver a mi padre llevar el ritmo de la orquesta con sus manos – ocupadas con la tijera y el peine – como si la estuviera dirigiendo y en otras ocasiones haciendo dúo con el cantor de turno. También me atraía de esa audición, la presencia en estudios los días lunes, del jugador destacado de la fecha de Primera División cumplida el día anterior.
En cuanto a “Los Pérez García”, me deleitaba ver reír a carcajadas a las dos señoras de la casa; ya que era un hecho poco usual en mi abuela Silvana, que era bastante seria e introvertida.
También han quedado indelebles en mi recuerdo, Don Juan Ferreira Basso, con sus comentarios sobre “El otro lado de las cosas” y el idolatrado Luís Sandrini, con su conmovedor “Felipe”, con libretos de de Miguel Coronatto Paz.
Entre los 9 y 12 años tuve una relación muy fuerte con la radio y exclusivamente en lo que a deportes se relacionaba. Por ejemplo los sábados a la tarde comenzaba con el fútbol de la 1º B que transmitía Héctor Vidagna; seguía con la Oral Deportiva y terminaba con el boxeo desde el Luna Park, con los combates que transmitía Bernandino Veiga con los comentarios de Enzo Ardigo. A la mañana temprano escuchaba las carreras de T. C. con Andrés Rouco y González Longhi que se extendían hasta el mediodía y ya a la tarde el fútbol profesional con relatos de José María Muñoz y comentarios otra vez de Don Enzo Ardigo, con su inolvidable “evidentemente”. Toda programación de Radio Rivadavia.
Con los otros chicos adictos a este medio de comunicación (el “Negro, el “Pilo”, el “Lalo”), nos conocíamos de memoria la formación de todos los equipos –aún tengo presente algunas de ellas- , lo que nos permitía, cuando jugábamos a la pelota, identificarnos con los baluartes de los equipos que imaginariamente se enfrentaban y transmitir así las confrontaciones.
La mayoría de las emisoras finalizaban su transmisión a la medianoche, extendiéndose a lo sumo hasta las dos de la madrugada; para reiniciar sus emisiones a partir de las seis de la mañana las más importantes. Rivadavia fue a partir de 1959, la primer emisora en transmitir las veinticuatro horas del día en forma ininterrumpidas, al agregar a su programación “Una voz en el camino” de las dos horas a las seis de la mañana.
A fines del 50 y principios del 60, aparecieron las primeras radios portátiles a pilas, siendo las “Spika”, las más populares.
También con la generalización del uso de los automotores, comenzó a oírse también la radio en estos vehículos. Pero, era un lujo para pocos tener automóvil y sobre todo con radio incluida.
Los domingos a la tarde en la hora en que se jugaban los partidos, se podía caminar de un punto a otro de Vedia y siempre estar informado sobre los resultados de todos encuentros, ya que en todas las casas las radios estaban encendidas a todo volumen y se podían escuchar fácilmente desde la calle. La mayoría de los escuchas, como un ritual dominguero, se instalaban en el patio a tomar mate, algunos solos, otros con la patrona que le hacía gamba aunque no le gustaba el fútbol y varios con sus hijos a los que les habían transmitido la pasión por sus equipos favoritos.
En aquellos lindos años, el fútbol profesional se jugaba solamente los domingos y todos los partidos a la misma hora, por lo que salvo que se jugara algún clásico importante, los relatores procuraban transmitir partidos distintos para tener cubiertos a todos los equipos más trascendentales. En nuestro barrio si te cerraban los ojos y te llevaban a cualquier punto del mismo, podías identificar fácilmente donde te hallabas, simplemente con el sonido de las radios, ya que conocíamos simpatías futboleras de todas las familias y predilección por un narrador determinado en cada una de ellas.
Otros programas que escuchaba toda la familia eran los radioteatros, generalmente por Radio Porteña, allí bajo la dirección de Héctor Bates y el primer actor Héctor Miranda, pudimos disfrutar entre otras obras de “El facón de Pastor Luna” o “Arriando penas y amores viene el Tape Lucena”; y ni hablar de Juan Carlos Chiappe con “El Lobizón de Laguna Larga”.
Nos reíamos mucho con “Farundulandia” y con la Revista Dislocada de Delfor Amaranto Discasolo los domingo al mediodía, mientras saboreamos los ñoquis o los tallarines que preparaban en forma alternada mi mamá (su especialidad eran los ñoquis) y la Silvana.
El noticiero de las 19,00 de Radio Belgrano, era indefectiblemente escuchado por todo Vedia, puesto que “Neo Publicidad”- nervio inquieto del arte publicitario moderno- lo retransmitía por sus altoparlantes.
Las radios eran eléctricas o a baterías (donde no había corriente eléctrica) y muchas veces presentaban inconvenientes que perjudicaban notablemente su correcta audición. Los problemas más comunes eran las descargas, las interferencias y los cortes del suministro de energía eléctrica.
Pese al gran esfuerzo de la vieja usina de calle Lavalle, los cortes de luz eran mucho más frecuentes que ahora y si esa interrupción se producía durante el desarrollo de un partido de fútbol, prácticamente todos quedábamos en ascuas sobre la suerte de nuestro equipo favorito.
Las descargas también le daban emoción a las transmisiones, ya que generalmente y fatídicamente se producían siempre en los momentos claves del programa que escuchábamos.
Todas las emisiones eran en AM y algunas estaciones radiales, que tenían poco alcance (onda corta), salvo en muy excepcionales circunstancias atmosféricas, eran prácticamente imposibles de percibir.
No se escuchaban palabras fuera de lugar y todos los que por un motivo ú otro se expresaban por la radio utilizaban un vocabulario muy amplio y enriquecedor, exento de palabras burdas o de mal gusto.
Al respecto, solamente recuerdo como un hecho excepcional, la expresión de Omar Oreste “El Loco” Corbatta, jugador de Racing Club y de la Selección Argentina, que al ser entrevistado, al finalizar el primer tiempo de un partido entre nuestro equipo nacional y su similar de Chile a fines de la década del 50, manifestó “…estamos ganando bien, pero estos chilenos nos están cagando a patadas…”. Esta colorida expresión, que hoy no sorprendería a nadie, fue para aquellos años una frase conmociónate, comentada profusamente por todos los medios periodísticos nacionales.
Otra anécdota muy recordada de mediados del 50, ocurrió en un programa de preguntas y repuestas auspiciado por Bidú Cola, también en Radio “El Mundo”. Al ser preguntada una concursante ¿cual era la fruta que tiene el hombre y no posee la mujer? Y cuya repuesta hubiera sido lógicamente la nuez; esta mujer respondió rápidamente ¡la banana!. Lo que fue un hecho risueño, festejado por todo el país, originó la prohibición de transmitir estos programas en vivo, para evitar “inmoralidades” de tal naturaleza. Así de mojigatos, éramos por aquellos años.
Mí vecino Don Emilio Mostaffa, emigrante sirio-libanés, era un hombre duro, de carácter muy fuerte y muy nostálgico de su tierra natal. Enternecía mucho ver su alegría, cuando lo visitaba algún paisano, y podían hablar en su lengua originaria. En los días patrios, junto a la bandera argentina, colocaba con mucho orgullo el particular y colorido estandarte de su amado terruño.
Este buen hombre, no se separaba de la “National”, la caja registradora plateada del mercado de su propiedad, hijos y ocasionales empleados se encargaban de atender al público, pero la cobranza era su exclusividad. Solamente se separaba momentáneamente de ella, una día a la semana alrededor de las cuatro de la tarde y era para escuchar una audiencia radial, emitida en su lengua y con música originaria de su país.
Justamente la emisora que transmitía este programa tenía poco alcance, por lo que escucharla era prácticamente un milagro. Le había adaptado al aparato una antena para mejorar la recepción, pero igualmente la escucha era muy dificultosa.
Aún siendo chico y no entender en demasía sobre esas cuestiones de la emigración, me conmovía ver a Don Emilio, pegarse prácticamente a su radio, tratando de percibir detalles de esa audición y ver como en ese rostro rígido, sufrido, lleno de vivencias de su tierra natal, asiduamente lo surcaban lágrimas rebeldes, que él se apuraba a ocultar, secando rápidamente sus lentes tan característicos. Eso sí, finalizaba la audición, al diablo con la emoción y de vuelta a la “National”.
En la semana próxima, continuaremos con más noticias para este boletín…
Juan Carlos Cambursano
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