Un relato publicado en el periódico “La Nueva Voz”, en el marco de las anécdotas de “Tapioca”-Recuerdos de una infancia feliz- de los años 2007-2008.
BAILE CALIENTE, por Juan Carlos Cambursano.
Innumerables son los acontecimientos sociales que impiadosamente el tiempo y las nuevas costumbres vienen aniquilando. Entre estas perdidas sin lugar a dudas una de la más dolorosas, son los bailes populares.
Si bien el apogeo de estos verdaderos acontecimientos sociales se vivió en las décadas del treinta y del cuarenta, en Vedia específicamente por la calidad de los números artísticos, la década del cincuenta y principios de sesenta fue realmente deslumbrante y a la par de las ciudades más importantes del país (pasaron por la localidad entre otros Julio Sosa, Federico, Pugliese, Basso, Varela, Pontier, Biaggi, Lezica, Laborde, Floreal Ruiz, Almagro, Rolando, Belusi, Maciel…).
Los bailes eran realmente sucesos culturales, de los que participaba toda la comunidad, ya que no solamente concurrían los jóvenes, sino que las familias eran habitué de las reuniones danzantes, para disfrutar plenamente del baile.
Si bien era la oportunidad ideal para concretar los noviazgos, bailar y bailar bien era el principal incentivo de los concurrentes.
Había parejas que electrizaban el ambiente, con su vertiginoso y sensual movimiento. Los cortes y las quebradas de los más duchos, intimidaban a los novatos, que practicaban en sus casas, para no desentonar.
Los bailarines excelsos se floreaban por el exterior de la pista, los chambones o principiantes se aglutinaban en el centro. Bailar bien era un atributo de mucho predicamento, al momento de avaluar íntegramente a la mujer o al varón.
Los bailes de carnaval eran los ideales, para iniciarse en la danza, ya que, entre el jolgorio generalizado, las torpezas quedaban disimuladas. Los más tímidos, se iniciaban en el baile disfrazados, por temor al papelón.
En nuestra época de pibes, en los carnavales, había tres reuniones danzantes. Una bien popular en el Cine Teatro Italiano (que cambiaba de rubro en esos días), otra más cajetilla en el Club Atlanta y otra destinada a la juventud en el Club Sarmiento. Comenzaban a las 12 de la noche, una vez que finalizaban los corsos y se extendían hasta bien avanzada la madrugada.
Tener un padre cantor de música ciudadana y la proximidad de nuestro domicilio con el Car-Vic y con el Cine, me permitieron de pibito tener acceso a los bailes, que se realizaban en esos lugares. Allí recibí mis primeras puteadas, dado que, para los buenos bailarines, el principal impedimento para desplazarse armoniosa y rítmicamente eran los chicos jugando en la pista. También éramos enemigos declarados de los mozos, los que, con sus bandejas cargadas, hacían verdaderas piruetas, para esquivarnos.
Nuestro entretenimiento favorito era jugar al fútbol, con las tapitas o los corchos de las bebidas; si bien lo hacíamos con mayor intensidad en los intervalos, cuando la orquesta no actuaba; no lo interrumpíamos cuando comenzaban a bailar, con la contrariedad lógica de los bailarines. La mancha también era un juego habitual, utilizando a las parejas danzando para evitar ser tocado, lo que indudablemente era aún más molesto e irritativo.
Una noche de verano, se realizaba una reunión danzante en la pista al aire libre del Car-Vic; compartíamos alegremente la velada con el “Nego”, que había ido al baile con sus hermanas mayores y con Emilio, que para ganarse unas propinas ayudaba a armar la ubicación de las mesas y las sillas; para posteriormente a la finalizar ayudar a los mozos a desarmar y a juntar botellas consumidas y vasos utilizados.
Era la primera presentación, estábamos realmente tranquilos, deleitándonos con la orquesta que actuaba. En un momento dado, el “Nego” dedicó su atención a los bailarines, y nos dice…
– ¡Miren esa pareja! –
Se trataba de dos jóvenes de alrededor de veinticinco años, ambos de buena presencia, especialmente la chica que era realmente muy atractiva y sensual. Pero lo que llamaba la atención era el enamoramiento que tenían. Bailaban muy apretados, y pese a que la música invitaba a desplazarse por la pista, ellos prácticamente no se movían del centro de la pista.
– ¡Qué calentura tienen! – exclamó extasiado el “Nego”.
Creo que en esa ocasión descubrí lo que significaba estar caliente, y no precisamente cuando es sinónimo de estar enojado. No solamente a nosotros nos llamaba la atención, ya que los demás bailarines y los que aún permanecían sentados, miraban sin disimulo a la estimulante parejita. Ni siquiera cuando terminaba la pieza se separaban, seguramente para que no se notara el grado de excitación que tenía el muchacho.
– ¡Vamos a joderlos! – dijo el “Nego”, cansado ya de tanta quietud.
Y cuando los chicos quieren joder, joden…Así empezamos a correr alrededor de los enamorados, los esquivamos, los empujamos, gritábamos como unos marranos, nos tiramos al piso cerca de ellos, en fin, todo lo que pueden hacer los pibes para molestar. Era tal la concentración de los aparentemente novios, que tardaron un poco en reaccionar y fue luego de un empujón del “Nego” que los hizo estar más juntos aún. Ahí si, el fogoso varón no rajó una flor de puteada, que empezó con pendejos de mierda y termino con referencia a zonas intimas de nuestras familiares más queridas.
Eso bastó para que le declaráramos la guerra sin cuartel. Redoblando nuestros esfuerzos para no dejarlos tranquilos.
Terminó la presentación y juntitos se fueron a sentar a la mesa que ocupaban. También se sentaron bien apareados, besándose sin pudor alguno. Por lo que el magnetismo que transmitían, era cada vez más atrapante.
Comenzó la presentación de la música característica, con “Cuando los Santos vienen marchando” y todo el mundo a bailar. Pese al cadencioso ritmo de los pasodobles, la entusiasta pareja, mantenía su letargo, utilizando solamente un metro cuadrado para desplazarse. Lo que no decrecía para nada, era su fogosidad, que se hacía cada vez más evidente.
O bien para safar de nosotros (que los seguíamos molestando con renovados bríos), o porque la situación era altamente explosiva e incontrolable, la pareja en cuestión decidió abandonar el baile e irse a lugares más tranquilos para encausar la exorbitante pasión que los embargaba.
Con un acuerdo tácito, sin decirnos nada, entendiéndonos con las miradas, salimos del “Car-Vic” detrás de los enamorados.
Tomaron por la calle Juan Bautista Alberdi en dirección a Belgrano, caminaban por la misma vereda del lugar donde se desarrollaba el baile. Caminar es un decir, ya que daban tres o cuatro pasos y se detenían a franelear sin miramientos. Tan ocupados y enardecidos estaban, que no advirtieron que nosotros los seguíamos de la vereda de enfrente. Primero nos metimos en el zaguán de mi casa y después a medida que ellos avanzaban, nos fuimos corriendo a lugares donde las sombras nos protegían.
Tardaron un buen rato en llegar a la esquina y allí se decidieron. En el lugar donde actualmente hay una pizzería, existía una obra en construcción, donde la familia Spinato estaba edificando, justamente ese local. Miraron para un lado y para el otro, no vieron a nadie, y se metieron sin más preámbulos en ese sitio.
Nos acercamos sigilosamente, agarramos piedras, que había en la obra; tomamos un poco de distancia y las arrogamos tipo ráfaga contra las chapas que había delante de la construcción para evitar que la arena fina se corriera. Luego nos ocultamos. Salió al ratito el muchacho acomodándose la ropa, para comprobar lo que había ocurrido y al no notar nada extraño se metió de nuevo en la obra, para continuar con lo que lo tenía muy obsesionado.
Íbamos a repetir la anterior maniobra, cuando observamos que a la esquina del “Car-Vic” habían llegado dos policías en bicicletas, que estaban haciendo una recorrida de rutina, en las inmediaciones del baile.
Instantáneamente recordamos, que Spinato, nos había pedido que, si veíamos algo raro, en la obra, le avisáramos a él o a la Policía, ya que le habían sustraído días atrás unos baldes y cucharas, de los albañiles que trabajaban en su obra.
Nos fuimos corriendo a donde se encontraban los Policías y les contamos lo que nos había dicho Don Spinato y que habíamos visto ingresar gente sospechosa a la obra.
De inmediato los dos guardianes del orden, se dirigieron al lugar y alumbrándose con sus grandes linternas de tres elementos, ingresaron a la propiedad en construcción.
Felices por la genial idea y expectantes por lo que ocurriría, nos aproximamos a la esquina.
Apenas los Policías ingresaron, se sintió un grito de mujer, luego ruidos confusos, voces discutiendo y luego los cuatro saliendo de la obra.
La chica abochornada, miraba el piso, sin decir nada; el muchacho con el saco en la mano, la corbata a un costado, la camisa afuera y despeinado, totalmente desencajado trataba de explicar con amplios ademanes, los por demás evidentes motivos del ingreso en la propiedad ajena.
Luego de una severa reprimenda, los agentes dejaron que la ya apaciguada pareja se marchara. Nosotros en ese ínterin volvimos a mi casa y nos sentamos en la puerta del zaguán a esperar los acontecimientos.
Hasta allí, llegaron los Policías, quienes nos felicitaron por nuestra actitud responsable de denunciar un hecho dudoso y nos explicaron que nos quedáramos tranquilos, que no eran ladrones los que habían ingresado a la obra en construcción.
Humilde y recatadamente aceptamos las felicitaciones y las explicaciones brindadas, comprometiéndonos a avisarles cualquier cosa rara que observáramos.
Al final el enojo se nos pasó y lamentamos enormemente los percances sufridos por los ardientes tortolitos.
No se si después de aquellos traumáticos sucesos, tanta pasión se logro cristalizar o bien si nuestra intromisión y la posterior inoportuna intervención policial sirvió para sosegar el ímpetu y las ganas irrefrenables que habían exteriorizado los enamorados. Aunque era evidente, que tanto fuego era imposible de apagar, por lo que presumo que esa noche pese a los contratiempos, seguramente hubo mucho, mucho amor.
De todo lo acontecido, una sabia reflexión, si queréis disfrutar y hacer el amor tranquilo, nunca hay que putear a los pibes que juegan feliz e inocentemente a tú alrededor…
Juan Carlos Cambursano
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