Un relato publicado en el periódico “La Nueva Voz”, en el marco de las anécdotas de “Tapioca”-Recuerdos de una infancia feliz- de los años 2007-2008.
“LOS FANTASMAS”
En nuestra infancia, el cine era indudablemente una de las fuentes esenciales para alimentar nuestra prolífica imaginación.
A posteriori de una película, nos reuníamos para intercambiar pareceres sobre la misma; las conclusiones eran tan dispares, que, si uno de los pibes no había visto el film, y escuchaba nuestros comentarios, se le podían cruzar en su mente varios desarrollos distintos y finales totalmente disímiles.
Gran fascinación nos causaban las películas de miedo y en aquella época eran más asiduas las de Frankenstein que las de Drácula.
Éramos grandes masoquistas, cuando nos reuníamos de noche hablábamos de la película de terror en cuestión y a la que le anexábamos otras historias, que nos hacían sugestionar tanto, que después nadie quería volver solo a su casa.
El “Nego” que era uno de los más corajudos, tenía el hábito de irse primero de todos, para luego esconderse y asustar a los más temerosos, cuando regresaban a sus hogares.
Una noche de verano, estábamos sentados en el banco de la plaza, ubicado frente a la Casa “Roncoli”, con el Nego, Tapioca, Pedro y Raúl, contando macabras historias y películas de terror que habíamos visto. Los dos mayores eran los que aportaban la mayoría de las truculentas narraciones que los tres más chicos (Pedro, Macu y yo) sufríamos pasmados de miedo.
Pedrito, fantasioso e iluso como siempre, tuvo una salida, que iba a cambiar la historia de aquella noche…
- “Dice la gente que en la casa de las Garbocci hay fan…tas…mas…”
Esta era una muy antigua vivienda, que se situaba en la intersección de las calles Maipú, Pueyrredón y Diagonal Estrada, donde hoy funciona un autoservicio. En ese entonces era habitada por tres o cuatro hermanas de apellido Garbocci, de ya avanzadas edades y de rutinas indudablemente ermitañas.
Estas señoras seguramente eran excelentes vecinas, pero la casona deteriorada con el transcurrir del tiempo, sus altos ventanales, la oscuridad que en esa época reinaba en esa zona, el apego a tener muy escasa luminosidad en el interior de la vivienda y las costumbres muy particulares de estas mujeres, le daban características sumamente lúgubres al lugar.
Por otra parte, era hábito de estas ancianas, situarse en la noche en silencio y en la oscuridad en las ventanas abiertas. De allí que si uno pasaba distraído por la casa y se encontraba de golpe con una de ellas, el julepe era inevitable.
Por ello que surgiera alrededor de la vieja casona y de sus extrañas moradoras un halo pronunciado de misterio, con las consiguientes fábulas que despertaban aprensión e inquietud, especialmente entre los más chicos.
La ocurrencia de Pedro, fue un inoportuno aliciente al espíritu aventurero de Tapioca y un incentivo al coraje innato del Nego; ya que rápidamente acordaron ir a la casa en cuestión y demostrar que no había fantasmas ni otros espíritus que temer.
Macu fue el más inteligente, al manifestar su imposibilidad de concurrir por una supuesta prohibición de su madre a ausentarse de las inmediaciones de su casa.
Pedro, gran cagón, inexplicablemente de inmediato aceptó el desafió. Yo realmente dudé, recordaba que mi mamá cuando íbamos a visitar a mi bisabuelo en la calle Las Heras y regresábamos a nuestra casa al anochecer, alzaba a mi hermana en brazos, me agarraba a mí de su mano y pasaba corriendo por esa esquina; pero, no quise pecar de cobarde y accedí a acompañarlos.
El cuadro que apreciamos al arribar al lugar, no era de lo más alentador para nuestro inapreciable valor.
En esa esquina finalizaba el asfalto, comenzando los tramos de tierra de las calles Maipú y Pueyrredón. En esos años todavía no había llegado la luz a gas de mercurio, por eso solamente en las cinco esquinas que se conformaban en esa intersección de calles y la diagonal Estrada, había un foco de escasa potencia iluminando precariamente el lugar. En las arterias aludidas en sus trayectos de tierra existían pocas edificaciones (especialmente en calle Maipú) por lo que agregado a la profusa arboleda exterior e interior de la casona, brindaban un paisaje sombrío y poco halagüeño para nuestra aventura.
Decidido el Nego comenzó a recorrer el frente de la casona de una punta a otra, es decir iniciaba el itinerario por calle Pueyrredón, cruzaba la ochava y doblaba por Maipú hasta donde finalizaba la edificación.
Tapioca y yo lo acompañábamos prácticamente en el límite exterior de la vereda, en tanto que Pedro envalentonado por la decidida actitud del Nego lo seguía prácticamente pegado a la pared.
Después de cuatro o cinco idas y vueltas, nos detuvimos en la última ventana que daba a la calle Pueyrredón, allí el entrañable Nego, comenzó con una exultante perorata, alabando su valor y la inexistencia de fantasmas y otras cosas raras en esa casa.
En esos momentos Tapioca y yo, que estábamos de frente a la ventana, vimos aterrados como se fue abriendo silenciosamente la ventana y fue apareciendo muy lentamente una figura realmente estremecedora. Con el fondo de una oscuridad total, una de las ancianas moradoras de la casona, quizás alertada por la exuberante cháchara del Nego se paró en la ventana. La avanzada edad de la mujer, su extremada delgadez, su rostro desmejorado por el transcurso de los años , sus escasos cabellos canos enmarañados, su camisón blanco y sobre todo unos ojos saltones y muy abiertos, nos brindaba una imagen espectral que paralizó nuestros corazones..
Intenté advertir al Nego, pero no me salieron palabras, procuré salir corriendo pero las piernas no me respondían. Indudablemente a Tapioca le pasaba lo mismo por que no reaccionaba. El Nego seguía enfervorizado con su arenga, Pedro sacaba pecho totalmente agrandado; ignorando ambos lo que ocurría a sus espaldas.
Dijo el Nego – Vieron cagones que aquí no hay fantasmas, ni aparecidos, ni nada raro… ¿quieren que entre al patio?… ¡¡¡ quieren que me suba la ventana!!! Gritó…y se dio vuelta para agarrarse de esa abertura para hacer una demostración. Se encontró cara a cara con la anciana.
Fue un ¡¡aaaaaaajjjjjjjjjjjjjjjjjaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyy!!! Espeluznante, un grito conmovedor que le nació de las tripas.
Se dio vuelta y salio corriendo. Quizás por el grito, por fin con Tapioca pudimos mover las piernas y echarnos a correr cuando ya el Nego llegaba a la plaza.
Volvimos corriendo a nuestro lugar de partida, donde aún permanecía Macu esperándonos. El Nego no estaba, del susto se había pasado de largo y regresaba sumamente pálido y con los ojos desorbitados por la Diagonal Solis.
Estábamos agitados, sin poder hablar, hasta que Macu, nos hizo la pregunta que no queríamos escuchar… ¿y Pedrito…?
En la disparada habíamos perdido a nuestro amigo. Debíamos volver a buscarlo. Caminando, con las que te dije haciéndonos cosquillas en la garganta y pensando mil cosas disparatadas, volvíamos los tres a la casona. Ahora sin la decisión de aquella primera oportunidad.
Felizmente al llegar al mástil, observamos que Pedro venía caminando lentamente por la Avenida Mariano Moreno hacia la plaza. Evidentemente en vez de correr como nosotros por la diagonal, él había salido corriendo por Pueyrredón hacia calle Buenos Aires y por esta a la avenida.
Fuimos a su encuentro y el Nego dijo: “mira como viene caminando lo más piola, los cagones somos nosotros y no él”.
Llegamos a su altura y lo saludamos alborozados. Él no dijo nada y siguió caminando mansamente. Extrañados le preguntamos que le pasaba y el muy serio nos respondió, casi murmurando…
-“Me parece que me cagué” …y siguió caminando muy despacio en dirección a su casa.
Juan Carlos Cambursano
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