Un relato publicado en el periódico “La Nueva Voz”, en el marco de las anécdotas de “Tapioca”-Recuerdos de una infancia feliz- de los años 2007-2008.
La feliz monotonía de la vida pueblerina de aquellos años, se quebraba con la llegada de circos o parques de diversiones.
Como los chicos de todas las épocas nosotros teníamos fascinación por los payasos y nosotros en especial por las obras teatrales propias del circo criollo que representaban.
Sin excepción había dos títulos infaltables entre estas obras “Juan Moreira y “Se necesita un hombre con cara de infeliz”. El anuncio de esta última siempre originaba equívocos y gastadas. Recuerdo que una oportunidad “Neo” Publicidad, difundía el debut del circo Patagonia, finalizando la propaganda con la información de la representación de esa obra e iniciando de inmediato la propalación de una nueva publicidad, en éste caso la de un conocido comisionista a Junín Así don Juan Bracco decía más o menos así “…finalizando el espectáculo con la puesta en escena de la comedia en tres actos intitulada “Se Necesita un hombre con cara de infeliz”…”Juan Vichara,… comisionista a Junín, viaja de lunes a viernes, en horario de mañana …”. Como eran vecinos y amigos, quedaba la duda si fue intencional o una simple casualidad; pero las cargadas perduraron por mucho tiempo, para el regocijo de todo el pueblo.
Nuestro club “Defensores de Belgrano” tenía su canchita de fútbol, en el baldío existente, en esos años, en la esquina de calle Juan Bautista Alberdi y La Rioja (hoy vivienda de la familia Pasarella). Era un amplio terreno que nos prestaba sin ningún tipo de condicionamiento el muy querido y recordado “Machin” Dacunda.
Una tardecita después de nuestra jornada futbolera, sorpresivamente nos convoca éste buen hombre y nos dice que por una o dos semanas no íbamos a poder jugar en nuestro invicto reducto, puesto que había alquilado el terreno para que se instalara un parque de diversiones.
Tristeza por que no podíamos a jugar a la pelota, pero una gran alegría y expectativa por tener un centro de esparcimiento tan especial en nuestro propio barrio.
En ese entonces funcionaban parques de primer nivel con vueltas al mundo, sillas voladoras, exóticas calesitas y muchos entretenimientos más; en cambio el que se instaló en nuestro vecindario era de cuarta tirando a quinta.
Lo único más o menos aceptable que tenía era la calesita, que era vetusta, de música monocorde, pero al menos daba vueltas. El calesitero era gran pijotero, ya que entregaba la sortija a las perdidas, cuando ya las quejas de los pibes eran muy elocuentes.
Por ello rápidamente nos aburrimos y deseábamos que prontamente se marcharan, para poder recuperar a nuestra canchita.
Pero, avispado como siempre, Tapioca encontró la solución a nuestro aburrimiento…los botes.
Generalmente, en todos los parques, los botes eran livianos, por lo que con poco esfuerzo las parejas que subían podían hamacarse placenteramente, sin importar edad ni sexo. Pero en este caso, los botes eran trasatlánticos, no por su lujo y calidad, sino por su peso. Eran necesarios dos Sansones para moverlos. Aparte en su construcción eran sumamente rústicos a pura madera y chapa sin trabajar, asegurados con clavos y tornillos que sobresalían por todos lados. Y por supuesto incoherentemente pintados de rojo, verde y amarillo al estilo brocha gorda.
Quizás por ese halo romántico que transmite una pareja de enamorados en un bote o tal vez provechosas experiencias anteriores, era tradicional que los caballeros llevaran a sus amadas a hamacarse rítmicamente a este tipo de entretenimiento.
Las señoras y señoritas de esos años, no usaban pantalones; ceñidos vestidos o amplias polleras eran sus indumentarias en días de salida con blusas escotadas que hacían resaltar sus encantos.
De allí que Tapioca, dispusiera nuestra ubicación estratégica para poder disfrutar de frente a las bellezas vedienses que concurrían con sus novios o festejantes a divertirse a éste singular parque. Al estar este juego próximo a las amplísimas paredes de la vivienda de la familia Albarello (hoy domicilio del Dr. Miguel Domínguez), nos sentábamos generalmente contra esta edificación o frente a la misma según el lugar que ocuparan las agraciadas señoritas.
Luego de una corta espera, llegó la primera pareja. Ella era una morocha esbelta, realmente hermosa. Ya al llegar frente a los botes, al ver su precaria calidad, los novios dudaron en subir. Pero ante la mirada expectante de la gente optaron por acceder al armatoste, para evitar el bochorno de los comentarios pueblerinos; especialmente para el muchacho que sería señalado como un timorato, delante de su novia.
Primer inconveniente, el bote no tenía una puertita para subir, por lo que de entrada la chica perdió toda su elegancia, al tener que levantar pronunciadamente sus piernas. Más aún teniendo en cuenta que utilizaba tacos altos y sensuales medias de nylon, sujetas por las aún más sensuales ligas. Por supuesto que al sentarse y fruto a las maniobras previas aludidas, las medias habían sufrido la primera corrida de puntos y nosotros gozado de un espectáculo premonitorio de lo que se vendría. También significaron las primeras muestras de ofuscación de la muchacha y signos claros de nerviosismo del ya inquieto varón.
El encargado de los botes, era un muchachón morocho, bien fornido, muy feo y que creíamos era mudo, ya que se manejaba por señas.
Mientras corroboraba la chica al sentarse que la cosa no sería muy grata, ya que el asiento de chapa era muy resbaladizo, y con ello muy dificultoso mantener la cola quieta sobre él. A la par de olfatear y después detectar restos de una vomitada de alguno de los anteriores usuarios del bote. Pese a estas circunstancias adversas, la dama se sentó elegantemente con sus piernas cerradas (levemente orientadas en sentido contrario a nuestra ubicación) y mirando tiernamente, aunque con incertidumbre, al hasta entonces amado caballero.
Este, al advertir en los primeros sondeos el elevado peso del bote y ante el temor de un papelón, le señaló disimuladamente al encargado, que lo ayudara en el esfuerzo para lograr hamacarlo lo más convincentemente posible.
El envión del responsable del juego fue tremendo, comenzando con un vaivén bastante pronunciado que hacía zarandear violentamente al bote; la bella muchacha se olvidó de tener las piernas cerradas, para agarrarse de pies y manos de donde podía. El joven que había tenía un arranque aliviado, después para mantener el ritmo se tenía que parar y hacer un esfuerzo desmesurado para mantener hamacando al bote. A los pocos minutos ya tenía la impecable camisa blanca abierta, salida del pantalón y con marcados lamparones en sus axilas; el vistoso pañuelito, que usaba en el cuello, tenía su impecable nudo a un costado y la Glostora, que había utilizado para fijar y dar brillo a su lacia cabellera negra, surcaba su cara mezclándose con la ya abundante transpiración.
Nosotros gozábamos alborozados por lo que veíamos, gritábamos ¡¡¡tiene los calzones rojos!!!, ¡¡¡tiene los calzones rojos!!! La bella muchacha preocupada en asegurar su integridad física no escuchaba nuestras exclamaciones, pero sí su novio, que furioso nos puteaba en cada pasada y ya desesperado quería detener al bote.
Al observar que disminuía la intensidad del vaivén, el puestero que también disfrutaba con nosotros, empujó al bote para que continuara el espectáculo. Por ello el joven a la subida lo insultaba, diciéndole -¡¡¡para el bote, hijo de puta!!! y a la bajada nos seguía puteando a nosotros, que continuábamos con nuestras exclamaciones.
A esta altura la chica, tenía el estético batido que había lucido, desparramado sobre su cara, en la que el colorete mezclándose con la transpiración, bajaba hasta los labios donde se combinaban extravagantemente con el lápiz labial rojo carmesí que había embellecido hasta hacía unos momentos a aquel hermoso rostro.
Por fin se decidió el botero a detener al infernal armatoste. El joven relajado se sentó desparramado en el asiento. Nosotros por precaución nos fuimos alejando un poco y de pronto el bote frenó. No fue una frenada común, fue un frenazo… brusco… salvaje.
La chica salio involuntariamente disparada hacía su novio (creemos que en esa maniobra perdió un taco de sus zapatos) con una teta al aire. El sufrido galán no la esperaba, sorprendiéndolo aún con las piernas abiertas. Dado el grito desgarrador del muchacho, deducimos que la rodilla de la dama, fue a golpear con inusitada violencia a su zona testicular.
Cuando abandonaron el parque, ella rengueaba por la pérdida del taco, tenía el pelo enmarañado, su mirada perdida y en su rostro se vislumbraba un rictus de desconcierto y resignación. En tanto su pareja, también caminaba dificultosamente por el tremendo golpe recibido y llevaba los brazos tiesos pegados al cuerpo por el esfuerzo realizado. Seguramente aquella noche no hubo amor; pero si mucho dolor y reproches.
Fueron varias las chicas que nos brindaron ese espectáculo gratificante y con distintas contingencias. Para evitar ulterioridades cesamos en nuestras exclamaciones, disfrutando en silencio.
Nuestro juego finalizó abruptamente, cuando una de las hermanas mayores de uno de nuestros amigos (fue reina del club Atlanta) se aprestaba a subir a los botes. -¡¡¡ A mi hermana no!!! Fue su exclamación. ¡¡¡A todas o a ninguna!!! fue la resolución del áspero debate llevado a cabo para dilucidar el caso, por lo que optamos por finiquitar el juego que tantas experiencias agradables nos había proporcionado.
Para nosotros los más chicos de la barra fue un divertimiento sin malicia, para el grupito de los mayores aquellos bellos y tersos muslos lugareños, fueron la fuente de inspiración para las primeras gestas de autosatisfacción que en ellos se estaba forjando
Juan Carlos Cambursano
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