La cuarentena se prolonga y la novedad de los primeros días ya fue reemplazada por una rutina diferente que alteró los usos y las costumbres de las familias, los grupos sociales y de los individuos en particular.
Algunos ya recurren al AC para diferenciar en el tiempo la era del Antes del Coronavirus de la actual.
Para los adultos mayores que cumplimos al pie de la letra con el “quedateencasa”, las horas vacías del aislamiento han abierto un espacio que merece una exploración profunda y meticulosa
A ese hueco inesperado acuden recuerdos de todos los calibres que suelen llegar solos o acompañados por viejas fotos que desde el sepia pasan al blanco y negro y de allí a todos los colores que con absoluta precisión se aprecian en las pantallas.
También vuelven antiguos textos, escritos en otras épocas e inspirados por otras emociones. Y, como si todo eso fuera poco, por las noches vienen los sueños que, beneficiados por el mayor tiempo de apoliyo, se explayan mejor y se recuerdan con más nitidez.
El levantarse sin el apuro de una obligación puntual también ayuda para que las ensoñaciones perduren por más tiempo en la memoria y extiendan su vigencia fantástica hasta confundirse con la realidad de la mañana.
Los sueños y los recuerdos llegan como los pajaritos a las migas de pan que uno tira al piso. Vienen en bandadas, aterrizan todos juntos y cuando se alejan algunos te dejan el sabor dulce de un trino agradecido y otros te mandan una lluvia asquerosa que te ensucia la camisa y te arruina el día.
Por eso, sería ideal tener la posibilidad de programar los sueños.
Antes de acostarnos poder elegir un sueño determinado y echarse dormir con la tranquilidad de que esa noche uno va a disfrutar de buenos momentos y va volver a encontrarse con personas queridas que ya no están o que están lejos.
Alguna vez escuché que con sólo ingerir una cena liviana se agrandan las posibilidades de un buen sueño o, al menos, de evitar una pesadilla.
Anoche, aprovechando que no tenía mucho apetito, comí liviano. Como si estuviera tirándole migas de pan a los pajaritos, me clavé unas frutas, tomé un jugo y al rato nomás encaré la catrera.
Me debo haber dormido enseguida porque apagué la radio al amanecer sin el recuerdo de haber escuchado ni siquiera el comienzo del programa de Dolina.
Cuando silencié la radio se escucharon los ecos de voces inconfundibles, de risas contagiosas y de historias inolvidables.
Un lindo sueño me había iluminado el alma y en mi habitación se prolongaba el disfrute por un reencuentro anhelado en un escenario tan familiar como la casa de uno y con gente tan querida como son los hermanos.
El asado había sido en el patio de mi casa, en Vedia. La mesa, como siempre, tenía a mi padre en la cabecera, Omar a su derecha y Juancito a la izquierda. Después venían: Jorge, el Loco Mingo, el Indio, Pocholo y yo. Seguro que había alguno más, pero no apareció en mi sueño.
Mi viejo apenas terminaba de comer se iba para el club. Omar se quedaba un rato más pero al rato también se iba, no sin antes hablarle a las botellas de vino que quedaban sin abrir: “No saben ustedes la paliza que les van pegar estos atorrantes”.
Después la función seguía con las imitaciones de Jorge, algún tango de Juancito, las historias que Pocholo traía de La Paternal en tiempos en que Diego Maradona asomaba en Argentinos Juniors, las filosofadas de Mingo y los cuentos del Indio.
La noche se alargaba en el patio de mi casa y yo en mi cama, acá en La Plata, trataba de alargar la fantasía nocturna, mientras la luz de la mañana ya se colaba entre las tablas de la persiana.
Prendí la radio y el tipo que daba las noticias dijo que hoy es 21 de abril. San Anselmo de Canterbury, para el santoral de la iglesia. Para las efemérides, Día Nacional de la Higiene y Seguridad en el Trabajo. Día Nº31 de la cuarentena.
Además, anoche no hubo asado, apenas unas frutas; tampoco hubo mesa en el patio con mi viejo en la cabecera; ni paliza de atorrantes. Todo fue un sueño nomás.
Un sueño de cuarentena. Tan dulce como el trino de los pájaros agradecidos.
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