Nunca nadie te pidió tan poco para hacer un beneficio tan grande.
Con solo quedarte quieto, te estás cuidando vos y están cuidando a tu comunidad.
Hoy la lucha contra el coronavirus nos exige este esfuerzo, que para algunos es mínimo pero para otros no es de tan fácil cumplimiento.
La consigna que se ha vuelto universal y ha hecho conciencia con la premisa que no deambular es -hasta ahora- la única vacuna que existe para frenar la pandemia.
Los países que se demoraron en implantar el aislamiento son los que han pagado el precio más caro y esa experiencia ha servido para moderar la velocidad de contagio en países como el nuestro. Aunque las imperfecciones –como las del viernes pasado- amenacen con tirar por la borda, en apenas unas horas, el sacrificio que vienen haciendo millones de argentinos en 20 días de encierro.
Mientras tanto, el virus avanza y diariamente crece el nivel de contagio, aunque las previsiones adoptadas todavía mantienen lejos el riego del desborde.
Se dice que el COVID-19 castiga de manera horizontal y, sin mirar a quién, ataca a miembros de la realeza, a altos funcionarios, a encumbrados empresarios y a humildes trabajadores.
De igual manera, la cuarentena dispuesta para contrarrestar la propagación de la enfermedad, también empareja la vara en la obligatoriedad de su cumpliendo.
La lucha contra el coronavirus nos manda a cada uno a su casa. Al lugar más intimo de nuestra existencia, a la residencia de nuestro entorno más cercano. A lo que puede ser el sitio más cómodo y placentero o el punto más incómodo y conflictivo.
Y es ahí donde la vara se vuelve despareja; tan despareja como es la vida cotidiana de cada uno de nosotros.
La vacuna quedate en casa no tiene el mismo pinchazo para todos.
A algunos les duele más que a otros y se les hace más difícil la tolerancia. Y a muchos les resulta tan duro que empiezan a preguntarse qué es peor, si el remedio o la enfermedad.
Porque el quedate en casa suena inviable para el cuentapropistas que debe salir para ganarse el sustento diario. Se torna insostenible en el tiempo para el comerciante que bajó las persianas. Y se hace insufrible para la familia numerosa que padece el hacinamiento de un grupo familiar numeroso en una vivienda pequeña.
Después están los que se la pasan “yendo de la cama al living”, como diría Charly Garcia. Los que extrañan la mesa del café, la peña de los miércoles, el futbol de los domingos o las clases de yoga. Los que engordan, los que ya miraron todas las series, los que leen ese libro que tenían pendiente, los que arreglan la casa y los que se aburren soberanamente.
Por estas horas, el gobierno está estudiando cómo seguirá el proceso de cuarentena que finaliza el próximo lunes. Según trascendió, la idea es salir del aislamiento obligatorio en forma gradual y atendiendo la mayor flexibilidad en aquellos sectores que imperiosamente necesitan la movilidad para trabajar y reactivar su economía.
Al mismo tiempo, la cuarentena continuará para los mayores de 60 años, para la enseñanza en todos los niveles, para la actividad deportiva y para los espectáculos públicos.
Con todas las dificultades de su aplicación, la vacuna quedate en casa sigue siendo nuestra tabla de salvación.
Por eso, su cumplimiento nos compromete a todos, más allá de la intensidad del dolor del pinchazo y del mayor o menor esfuerzo que significa para cada uno de nosotros.
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