Entre tantas desgracias que trajo la pandemia del coronavirus, también aparecen los síntomas de un cambio cultural que implica la revalorización de conductas, convicciones y objetivos que no necesitaban de semejante castigo para ser reconocidas.
Entre las secuelas que trae el virus, se avizora una puesta en valor de virtudes individuales y colectivas que nunca tendríamos que haber perdido.
Hoy se huele en el ambiente un cambio de paradigma que, en primera instancia parece una obviedad, pero que tiene la importancia de explicar –en parte- nuestra decadencia como sociedad.
El deterioro de la escala de valores sociales y culturales que venimos sufriendo desde hace tiempo, aflora en estos días y se expresa con la misma naturalidad de siempre, pero -para sorpresa de algunos- choca con la reacción de una sociedad y un Estado que no está dispuesto a seguir tolerando las actitudes individualistas que perjudican al conjunto de la comunidad.
El respeto por el prójimo y la conciencia colectiva del compromiso social parece renacer de la mano de los cuidados que hoy nos exige la lucha contra la enfermedad.
Ese cambio también se puede palpar en el reestablecimiento de un orden de prioridades donde lo importante es lo primordial y lo accesorio no es más que eso.
La necesidad y la urgencia de las circunstancias nos han llevado a separar –criteriosamente- la paja del trigo. A revalorizar los contenidos por encima del envoltorio y a discriminar favorablemente lo imprescindible de lo superfluo.
En los últimos días, la frivolidad y la estupidez se han visto raleados de los titulares de los medios por decisión de los editores, pero más aún por la determinación de un público que no está dispuesto a consumir esa mercadería superficial frente a la profundidad de la crisis.
Días atrás, el Presidente de la Nación remarcó que en entre todos los temas que su gobierno debe atender, hoy la prioridad la tiene el cuidado de la salud de la población.
En medio de la crisis desatada por el coronavirus, los mensajes de Fernández vienen reflejando los rasgos fundamentales de este cambio de paradigma.
En sus palabras se reafirma la importancia trascendental que tiene el rol del Estado, las dificultades se cuentan tal cual son y la única promesa se remite al buen uso de las herramientas con que se cuentan.
No hay metáforas para esconder la verdad, ni culpas ajenas para sacarle el cuerpo a la responsabilidad.
“Quedate en casa porque hoy es la única vacuna que tenemos”, dice con sinceridad y la única luz que prende al final túnel se enciende por la voluntad solidaria de los argentinos.
“Estamos trabajando muy bien con el gobierno nacional y el bonaerense. Somos un solo equipo”, se le escuchó decir al Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (CABA), Horacio Rodríguez Larreta.
Frases y conceptos que no deberían sorprendernos, pero que fueron de difícil construcción en la realidad de apenas unos meses atrás.
Algunos analistas señalan que la etapa que estamos viviendo marca un punto de inflexión en la historia. No sólo para el país, sino para toda la humanidad.
Las primeras señales de ese cambio, llegan con la carga dramática de una tragedia sólo comparable con las grandes calamidades del mundo.
Por eso hoy resulta difícil pensar en el día después e imaginar que nos depara el destino.
Pero es indudable que algo nuevo se viene gestando: más humano, más equitativo y más solidario.
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